La larga guerra de liquidación del flamenco empezó el
día en que Las Grecas sacaron aquello de Te estoy amando localmente. Amar de forma loca es lo que tiene.
Pero ellas, pobres, solo querrían comer, y no podían saberlo. Los sociólogos, sí. Aunque no advirtieron en absoluto de un peligro que ni se les pasó por la cabeza, tal vez porque a ninguno avisado de esa amenaza le gustase el flamenco. Pero, ¿porqué precisamente los sociólogos?
Pero ellas, pobres, solo querrían comer, y no podían saberlo. Los sociólogos, sí. Aunque no advirtieron en absoluto de un peligro que ni se les pasó por la cabeza, tal vez porque a ninguno avisado de esa amenaza le gustase el flamenco. Pero, ¿porqué precisamente los sociólogos?
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El Lebrijano, un grande que no pudo resistir la tentación de lo étnico más cercano, aparentemente, al flamenco. |
Diversos estudios, sobre todo americanos, divulgados
acá por Gil Calvo y otros quienes primero los utilizaron en los 80, ha tiempo
que dejaron claro que la música, aparte de su función estética, espiritual o la
zarandaja que se tercie, puede tener una función instrumental, nunca mejor
dicho, que es la de servicio social trascendente, que vaya más allá de que “te
llene”, como la comida, aunque más bien lo que te rellena es el espacio, el
interludio, el ínterin entre intervalos de la existencia. De ahí que los que
más la consuman sean jóvenes y viejos, pues, a más intervalos, más necesidad de
música. Y no es porque en esas etapas de la vida lo espiritual prime sobre lo material,
sino al contrario, es cuando más tiempo se tiene, y recuérdese que éste es la
medida de la misma materia. Y no hay mejor forma de medirlo que a ritmo, o como
diría un flamenco, vivir a compás. Pero volvamos a Las Grecas.
El llamado Nuevo Flamenco y más concretamente el Flamenco
Pop, nace en los años 70 del pasado siglo. Para esas fechas el flamenco, con
algo más de siglo y medio, ya es un arte viejo, con posos, con madre, mucha
madre, a juzgar por sus letras. Se trata de una música clásica y tradicional
dentro de lo popular, que se pretende revitalizar, bien sea desde los propios
esquemas de la misma tradición, como hacen Camarón y Paco de Lucía, o
solapado con el pop del momento, dándole ese aire híbrido, que así fusionado pretende desde entonces renovarse (con)fundido con otras
músicas de ‘rabiosa’ actualidad, tanto para ganar dinero como para ampliar su
clientela, con diversa suerte.
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Pepe Menese, en la época en que era acompañado por Melchor de Marchena, quizás su etapa más claramente reivindicativa, y curiosamente la más más rentable también. Era lo que se llevaba. |
El porqué del fracaso de fundir este arte en el
crisol de la música como consumo de masas, estriba en lo mismo que lo ha
llevado a desvirtuado dejándolo en algo irreconocible, y es que ese
nuevo flamenco que se proponía, y se sigue proponiendo, no sirve, no tiene una
razón instrumental para el gran público, sobre todo el juvenil, no encajando
como “su” música, vista ésta como su mayor activo como referente para su
promoción grupal o generacional y su integración en el entorno, papel que sigue
jugando la música más de moda en cada instante.
La música, al poseer esa función vital, no actúa
igual en los jóvenes que en los viejos. Por eso hay distintas músicas y se
eligen. Y mientras el flamenco es, como tal, una música del pasado, expresión
de una sociedad vetusta, arcaica e inmovilista con valores clásicos o superados
–lo cual no implica que en los setenta y ochenta no pudiera darse un flamenco
social, o de “protesta” o “revolucionario”–, la nuevaolera, que en muchos
sentidos es también bastante chocha, demodé y reaccionaria, solo por ser
vehículo y guía de actuación de lo joven como valor nuevo per se, hace de
sangre joven que rejuvenece constantemente al viejo Drácula de este mundo.
Así pues, tenemos una música tradicional, referente
de un mundo prácticamente extinto, que no sirve sino para la nostalgia, que hay
que casar con la ultimísima, que es de hecho la primera línea de la
batalla librada por la juventud para subirse al carro del presente. Resultado:
un matrimonio imposible, por antinatura y obligado desencuentro entre dos entes
uno de los cuales está en total contradicción con el anhelo del otro solo materializable con una música que exprese lo más cercano a su vivencia.
Me refiero a la expresión, el estilo, el color
musical, el aire, el compás, el tono, lo estrictamente musical, su trasfondo.
Todo eso que llamamos jondo u hondo, no es posible trasladarlo tal cual, a la
liviandad, superficialidad, desenvoltura y desparpajo propios del rock, mezclarlo
a la perfección y que suene a la vez en dos claves y encima exprese el alma de
la juventud del momento.
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El penúltimo experimento, llevado a cabo por el último grande. Un mal día lo tiene cualquiera. Dicen los que mienten que Paco de Lucía llegó a jurar que no lo volvía a saludar. |
Porque si la música es medida del tiempo, la música a
su vez no sólo es música; también ha de servir de algo más al que la utiliza.
Para saber de uno en relación con los demás, como guía para aprender a
evolucionar, como brújula de vida. Y el flamenco ha demostrado no servir para
eso. Y por eso no ha podido acoplarse a otros formatos más modernos. Y si
sirve, es que ya no lo es. Y si no sirve, no puede ser el himno de berrea de la
juventud, porque si no es lo más in, cool, fresh, etc, es que no es joven.
Eso es lo que hay y es por lo que la juventud, el
sector que fija qué música se adopta en un momento dado como dominante en la
sociedad de masas, sigue sin adoptar el flamenco como lenguaje universal de la
vida, pese a los esfuerzos realizados en camuflarse de fusión, étnico, ‘nuevo’ o
cualquier otro formato con los que se ha querido integrar como música de masas
y por tanto juvenil. Cosa que no ha conseguido.
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A este paso, veremos si no hay que ir a buscar nuestros orígenes al Japón. Que, si hay que ir, se va. |
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