Cristina Fernández de, la Argentinita, que no es la musa
de Lorca sino del peronismo más pelotudo, el cristinismo del polpotismo
económico, no tendría precio como inspiración periodística en su país, si no
fuera porque al que no lo tiene en un puño, lo tiene embanastado. Así pudo
permitirse aconsejar ayer, impunemente, a sus pobres, o sea a su nación, que
vigilen bien los precios de las cosas, que no les quiten ojo. Que será
probablemente lo único que puedan hacer al pasar por los escaparates.
Los
populistas son así. Tan diferentes, por ejemplo, de nuestro jefe, que, como
dice Shakira, “yo por este hombre, haría lo que fuera, me casaría sin pensarlo”. Bueno,
eso no. No voy yo a romper un matrimonio así porque sí. Pero es que este va al
masterchef (junior, por supuesto) y es capaz de hacer una tortilla sin romperte
los huevos. Bueno, y con un plato de régimen es que lo bordaría. Vista la
receta de la abuela hecha con los datos del paro, ni Bocusse. Es que parecen
hechos con un consolador. ¡Qué digo hechos! Una auténtica performance. Eso no es
una tortilla; es una omelette, qué coño. Una tortilla con wonderbra. O lo que
es igual, con CEOE, que al minuto ya proclamaban triunfales que este año se van
a crear 150.000 empleos, curiosamente los mismos que se acaban de destruir en
enero. Lo que quiere decir que, gracias al cielo, ya se ha acabado la
destrucción y ahora viene lo peor: trabajar.
Porque lo del
capitalismo es como aquello de Penélope. Y el empleo como lo de Miley Cyrus (o Virus, que
también dicen), que ninguna casa de ropa se atreve a tenerla como imagen, dado
lo rápidamente que se la quita, y no da tiempo a verse la marca. La misma volatilidad que reina en los datos de empleo. Tan distinto a los de la corrupción, que ahí está, fiable, sin cantearse, estable, un valor
fijo y seguro, como Iberdrola, o Telefónica, constituyendo la única salida seria, la mejor inversión y
el mayor ejemplo como expectativa de vida para la juventud, vista la poca
seriedad del curro y con los factores fundamentales en las últimas, la
desaparición de los valores y la perversión y la descomposición sociales. Lo
cual no quiere decir, como afirman los teóricos, que son unos escandalosos, que
eso, junto con el secuestro político del sistema, y la disolución nacional como
postre, pueda deslegitimar el régimen democrático, cada día más difícil de
perpetuar y más preciso de cambiar. Sino que tal bufé va a necesitar de muchos
camareros. ¡Oído cocina!
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