jueves, 13 de febrero de 2014

Suicidadanos



Si usted es español –si no lo es, mejor– de entre 25 y 34 años (aunque en realidad no conozco ningún lector así), sepa que el principal peligro de muerte que le acecha es el suicidio (4000 se esperan este año).
Sí, usted se reirá, pero eso es lo que más se lleva a los hombres de ese segmento al otro barrio. Lo que más se lleva esta temporada. Más que el cáncer. Y sólo por detrás de éste si contamos también a las chicas, que se suicidan tres veces menos, y no porque ellos lo intenten el triple, sino por ser más certeros, premeditados y callados. Ahí se nota que el hombre juega más al póker. Y en general puede decirse que lo tiene más claro. Que hay una seriedad. Aunque siempre esté el típico diletante que no acierta a darse en la sien tras matar a la parienta, y hace que le da un pipiritaje. Pero el mejor escribano echa un borrón. 
De lo mejor para lanzarse al vacío
O que se lo piensa a última hora y sigue la norma ilustrada de que el ciudadano no perderá ocasión de desafiar al tirano quitándose de en medio. Salvo que esté en paro (¡que se joda Rajoy!). Pues si es contribuyente pueden acusarlo de suicidio antipatriótico. Aunque, muerto el burro, la cebada al rabo. De ahí el interés político actual de presentar al suicida (para eso están los informes médicos), no como alguien que ejerce su derecho individual como expresión de libertad, sino como un loco que va contra el bien común, o sea contra Hacienda. Con lo bien que se lo pasa uno sufriendo.
Herramienta para suicidio unisex
También hay quien ve al suicida como una víctima, de los tiempos o del imperialismo reinante. El abate Prevost ya señalaba a Inglaterra como cuna del suicidio, por el clima, el anglicanismo (el Enrique VIII, que era toda una invitación), la soltería general, el carbón, el buey medio hecho y la excesiva indulgencia en el intercurso sexual (sic). Si eso era en el XVIII, no veas tú ahora, conforme está la vida, que es para morirse. Porque antes, el poder te dejaba vivir, y hasta morirte, si te ponías pesado. Pero ahora, como ya no es posible hacer vivir, te obliga a ello, para que hagas de clac, mayormente, y solo te permiten morir si eres un gasto, un engorro, y con la debida acreditación. Por eso los jóvenes, como les falla la biología, que no acompaña a edad tan saludable, tienen que hacerlo a traición, o sea contranatura. Lo cual lo convierte en todo un asunto moral, en una rebelión del que lo hace y en una represión del que trata de ponerle coto. Y, de momento, todos pierden. Quiero decir perdemos.

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