jueves, 6 de marzo de 2014

Institucionalizados



Antes, tanto los pobres como los tontos eran verdaderas instituciones. Estaban bendecidos. Eran un don, la antítesis en la prueba de la existencia de Dios, que es que gracias a ellos hay ricos. Eran pues, cruciales para la poyética. Cuando no la poyesis misma. Que es la poya. Y eso se traducía en el lenguaje, hablándose de pobres de solemnidad y de tontos solemnes. Luego vino el boom, y casi desaparecen. Menos mal que pinchó la burbuja y han vuelto. Pero no es lo mismo un rico venido (o vendido) a menos que un pobre rancio. O un tonto de toda la vida que un tonto funcional. Y los de ahora son de serie, motorizados, ciudadanos, contribuyentes, digitales (frente a los de antes, analógicos), han mamado el bienestar, el estado de derecho, etc. 
Es lo que tiene la aldea global. Sólo que, como recuerda Carmen Camacho, en ella también están los tontos del pueblo. Y, no te creas, que, como dice el amigo Barrax, un tonto te jode un pueblo. Se te mea en la cuerva del Día Grande, y te lo jode. Aunque de momento se limitan a querer salir de tontipobres, como esos preferentistas que reclaman que el estado les diga cuándo tienen que vender las acciones de Bankia para obtener ganancias. Vaya un pijo. Que es como pedir a los maestros en el robo que te enseñen el arte del tirón. Y eso que son tontos.
Es lo que tiene haberse recriado en el estado garantista que te declara con derecho a todo (menos a la pela, como se ha comprobado). Como si supieran aquello que dijo Reagan, de que el contribuyente es una persona que trabaja para el gobierno, pero sin haber hecho las oposiciones a funcionario. Y que es lo que quiere cualquier malpierde que aspire a ser un pisaverdes: institucionalizarse, aunque sea interinamente. Y exige al grito de “y luego dicen que no hay cuartos”: ser pescatado, seguir siendo parte del estado, pero de la que sale ganando. 
Pues el Estado sigue siendo esa gran ficción descrita por Bastiat a través de la cual todo el mundo trata de vivir a costa de todos los demás. Y un pobre tonto no va a ser menos estado. Luego protesta, que algo queda. 
Y que vivir por encima de las posibilidades, aunque sea a crédito, es más vanguardista y capitalista, y menos reaccionario que esa prédica del ahorro burgués. Nada de ir de tocatejas por la vida. Que eso es un atraso, y al que no paga todos los días se le recuerda. Y es que los tontos son admirables. Aunque, como dijo Niels Bohr, un tonto siempre encuentra otro más tonto que le admire. 

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