Al final de Nebraska, la
película que ha perdido, como era de esperar, toda opción a los Oscar, hay un
breve diálogo que sintetiza y rubrica, no sólo la historia narrada sino también
el momento sociopolítico en el mundo desarrollado, es un decir. Y es cuando la
empleada de la oficina de promociones pregunta al hijo del enajenado
(voluntario) con la persecución del sueño de obtener el premio prometido
en la publicidad: “–¿Tiene Alzheimer? /–No. Es sólo que cree lo que le dicen./
–Qué pena.”
En este breve diálogo,
casi a traición, queda resumida de forma un tanto lapidaria la gran disfunción
de un sistema que para subsistir tiene que renovar constantemente la esperanza,
e incluso la fe, para los más adictos, en un mundo mejor y el progreso
infinito, a la vez que su angustiosa realidad tapona cada uno de los sueños que
hace fecundar en sus víctimas, que para cumplirlos han de recurrir a “montarse
una película”, hacerse el loco (el viejo chiflado de la peli es un Quijote, y
su hijo carabina un Sancho) y jugar con fantasía y realidad para, al final, la
única mejora, como salida de esa crisis, no es el camión añorado sino una
furgoneta que el hijo consigue a cambio de su coche. Lo que en castellano se
dice “cambiar el burro por una manta”.
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June Squibb, actriz que da vida (y mucha) a la parienta del medio demente buscador del sueño perdido (su vida), encarnando lo que suele denominarse "cruel realidad". |
Es solo que, como Bruce
Dern en la película, queremos creer, el viejo tópico voluntarismo para la vieja, ulcerosa y gangrenada
herida de la realidad. Una actitud –para la que el género humano resulta de lo
más apto–, la de creer, que es la aprovechada por los comeerciantes de sueños
renovables y a plazos, con premio gordo o con pedrea, para vendernos otro
boleto para su rifa. Y así poder seguir en esta lotería, sabiendo en el fondo que
jamás tocará. Pero, eso sí –y esta es la parte más reaccionaria de la peli,
calcada, por otra parte, de la vida misma–, que la resolución de ese laberinto
que te rompe la cabeza no es lo fundamental, sino los vericuetos del trayecto
–la sublimación de los problemas, la convivencia, la familia, la amistad– en
los que vives toda la vida, para quedarte en ella, ¿a vivir? O a morir, más
bien. Aunque creyendo. Siempre creyendo. Como locos. ¿Qué pena? Bueno, más se
perdió en los Oscar.
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