jueves, 20 de marzo de 2014

Lágrimas nuevas


Desmond Tutu, que tiene apellido de detergente añejo y cañí, antes de que nos pasáramos a Omo, sin h, que era la competencia, y lavaba más blanco, como Desmond, ha pedido al gobierno más pasos en la conciliación de la cosa vasca. O sea: la reconciliación de las bascas. Y yo que Rajoy, le enviaba al obispo (la Iglesia ante todo, presidente) una copia de 8 apellidos vascos, esa peli que va a reventar la taquilla, y que amenaza con ser un buen punto de partida para la paz definitiva (menos en la Academia del Cine). Igual el mismo bishop desciende de vascos (Tuturrunoindía, Txotuturena o Porropapatxitutu), y descubre que le viene de sangre eso de abogar por pobres presos, y perdonar a las víctimas todo el mal que han hecho. (No, si ya verás tú como éste, además de algo rincojo y zarzanero, si no 8, al menos 4 apellidos vascos sí que tiene).
Decía Groucho que es más fácil hacer tragedia que comedia, pues la gente llora por las mismas cosas, pero se ríe por cosas diferentes. Lo que ocurre es que aquí se ha llorado tanto, por norma y casi por obligación, por algunas, que ahora que hay motivo para hincharse a llorar por otras (la crisis da para llenar un lebrillo), el llanto por las viejas suena ya forzado, inauténtico. Y no solo eso. La gente está deseando llorar con lágrimas nuevas, pero a poder ser de risa. Desaturdirse del embotamiento de la tragedia. Soltarse con la risión enorme de la tragicomedia de la vida, y más de la española. Lo que se dice reciclar el lagrimal. Y de paso, la existencia. Hacer catarsis. O mejor, carcatarsis, o catarsis a carcajadas. Descojonarse de tanto dramón y pasar página. Pero así, sin pasar por el melo ni la alta comedia; tirándose directo y de panzotada a la piscina para echarse en salazón como boquerones en sal gorda.
Es la tan traída y llevada nueva transición que nuestros oligarcas nos niegan y que habrá que hacer por lo civil, por lo ficticio, el arte, el espectáculo, lo lúdico, para aguantar algo más en el purgatorio (y ya que está visto que no nos los podemos quitar de encima). Porque entre la crisis y ellos, estamos hasta el gorro (o barretina, o chapela). A todo lo cual esta película seguro que colabora con su (no tan) burda risoterapia. Especialmente en el País Vasco, donde tanta falta hace  cambiar de lágrimas y echar el dolor en el adobo del humor, y debería subvencionarse su visión. O no. Que se gasten los cuartos, que para eso son más ricos, leche. 

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