Yo no sé si será una suerte o no, pero
gracias a la lengua los hispanohablantes podemos distinguir, percibir y
conceptuar los dos modos de existencia, que son el ser y el estar, que tanto
tienden a confundirse, aunque en todas partes se acabe pasando del primero al
segundo, volviéndose el vivir un estado, que al final se convierte en ese algo
cochambroso e incierto donde el vivir ya “ni está ni se le espera”, que cada
vez más dura toda la vida, y un Sartre redivivo bien podría cambiar su El ser y
la nada por El estar y la nada, más propio de los tiempos actuales llenos de
muerte social, luz de gas y defunciones anunciadas.
Porque esa es otra. Como el buen paño, la muerte hoy ya no se vende en el arca, y la que no se anuncia previamente ya no existe, como antes no existían las que no se publicitaban a posteriori en las esquelas.
Porque esa es otra. Como el buen paño, la muerte hoy ya no se vende en el arca, y la que no se anuncia previamente ya no existe, como antes no existían las que no se publicitaban a posteriori en las esquelas.
Hoy, si no te pregonan eres un
moribundo de mierda. Pasó con Suárez, y ahora con García Márquez -al editar esto acababa de morirse-, con el voceo
de su finiquito, del que la familia trata de huir, para no caer en una crónica
demasiado patéticamente plagiaria de uno de sus títulos más exitosos, o quizá partidarios
de querer saber estar después de haber sido, alargando así el ser y su saber. Demasiado
tarde, quizás, porque aquí, la muerte se enfrenta al dilema de cargar no solo
con alguien que quiere estar, además de ser. Conjugar el verbo de la muerte,
univalente, con esa bivalencia. Un problemón. Porque la muerte, pese a ser
también hispanohablante, no es su lengua materna (espero), y seguro que dice
sobre el interfecto lo que la Mazagatos sobre Llosa, el otro: me encanta como
escribe… no he leído nada suyo, pero le sigo.
Ella nos sigue a todos. Madruga a
trasnochistas, y trasnocha a madrugadores. Y triunfa sobre apresurados o
aquejados de vejadez. Y ahora, tan bromiscua ella, amenaza con llevarse a Gabo
vísperas del Día del libro. Solo por dejar claro que ella firma más ejemplares
que nadie. Y es que, del libro, viendo el caso que se les hace, la muerte pasa
lo suyo (de las rosas, aún, medio medio). Si habrán decaído, que ya, ni para la
Feria del Libro de Ocasión llueve como antes. Y sin la magia de hacer llover
como prueba del algodón de los poderes de la escritura frente al cambio
climático, es lógico que la muerte le pierda el respeto. Como darle permiso
para entrar a su aposento. Lo mismo que ella hace en Viernes Santo, su día de
puertas abiertas, autorizándonos a tutearla a dos días de la resurrección. Ojito
pues.
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