martes, 6 de mayo de 2014

El dedo en el culo

Si he de ser sincero, y sin afán de sentar precedente, a mí, lo del apagón de los canales digitales me la suda. Entre todos no emitían ni treinta minutos diarios de algo visible. Antes, aún veía alguna película en la Sexta 3.
Pero desde que Lara se la zampó para poner bloques de 20 minutos de anuncios entre fotograma y fotograma, no conseguía llegar al the end de ninguna. Lo cual me provocaba tal frustración, que es la causa, supongo, de dar gracias porque la saquen de la parrila, y a mi retina de la unidad de quemados. Y lo digo sin remordimientos. Pues antes pensaba que esto de la “cultura” es como la naturaleza, que había que mantener la biodiversidad a toda costa, incluida la existencia de las especies más abyectas. Pero después de ser coetáneo de la 5 o de la 13, creo que era un puro romanticismo periodístico. Idealismo reaccionario. Y ya no estoy tan seguro. Aunque, a la vista de lo que viene, no sé.
 El gobierno tiene seis meses para convocar los concursos para volver a adjudicar estos canales. O sea que no se extinguen, sino que, para desgracia de muchos, volverán. Sólo que de otra guisa. De la que mande vestirse para la ocasión el dedazo del concesionario, igual que hizo el anterior (directamente, por cierto; sin el paripé del concurso, que no sé yo si es de agradecer). El tiempo justo para, según se den las europeas, buscar a los lavativas apropiados para enchufárselas (ésta no es precisamente una democracia unplugged) para que saquen lo mejor (que para el común será lo peor) de ellas hasta las generales. Hasta aquí, todo normal. O lo previsible. Pero hay más.
El asunto hay que verlo en su contexto, el del cataclismo de los medios de comunicación en general y en particular de los impresos, o yo diría más bien de los escritos, que acelera los cambios no solo en la formación de la opinión pública, la mentalidad, y la percepción del mundo, todo conducente a una evidente menor autonomía del sujeto y su mayor posibilidad de manipulación (y no solo como parte de las masas) por instancias cuyos intereses no está claro que sean homologables. Eso, a nivel general.
A nivel local, o sea del tenderete de la tirando ya a carcomida piel de toro, todo eso, y más, se trata de cuadrar, o dar salida, con la famosa tasa Google, o compensación por el desastre del tándem politíca/comunicación tras la crisis, en un claro quid pro quo o tira de tejos para comprarse el gobierno de turno sus propias fidelidades. O la nueva ley de propiedad intelectual que se trata de perpetrar, dirigida, aunque todavía sin saber cómo, en esa misma dirección, expoliando a los autores (con la excusa de defenderlos) para beneficio de los “gestores y agentes” del sector, que no hay que imaginar quienes son, porque están ahí.
Todo esto, dicho sea ya, no hará sino ahondar en el analfabetismo reinante, renovar la enajenación, ahora por lo digital, y una nueva rémora, ahora cultural, de amplios sectores de la población, facilitando más vueltas de tuerca de su manipulación. Una puesta al día del pan y circo cuya guarnición como plato de nueva creación, es la obligatoria rentabilidad económica que tales operaciones sociohistóricas han de devengar. Pues no se trata sólo de la búsqueda de nuevos nichos de negocio a los que sacarles beneficio monetario. Si esos mismos nichos sirven, además, para enterrar con floritura los deseos e ilusiones (en el doble sentido de las mismas) de la gente, miel sobre hojuelas. Que es de lo que va la cosa.
Así, en equipo, para facilitarles la labor.
La nueva economía, eminentemente especulativa y financiera, claramente monopolística, aunque sea enmascaradamente, a la vista del sesgo deflacionista, no sólo local sino mundial, del consumo, primero explota hasta la extenuación las necesidades básicas (alimentación, energía, transporte, etc). El pan, en una palabra. Y cuando ya ese nicho no da más de sí, se acomete a exprimir la otra cara de la moneda: el circo. El espíritu. O sea, el ocio, el espectáculo. Lo demás de lo que también vive el hombre. Empezando por la información (prácticamente inexistente ya, o tan bien disimulada y escondida, que informarte es como hacer un doctorado).

En cuanto a lo demás, estamos en pleno asentamiento de las premisas. Premisas en relación a las cuales, esto de las cadenas no deja de ser un mero detalle, una refriega sin más importancia de la formal de hacerla con el típico dedazo del poder, cada vez con menos miramiento y con más alevosía y que ya se podían meter donde les quepa. Cada día más parecido al de un proctólogo. Sobre todo cuando lo tenemos dentro, que ya es casi siempre. Y sin el detalle de molestarse en echar el vaho en otro sitio que no sea la nuca.

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