jueves, 4 de diciembre de 2014

Pueblismo


Los próceres nos advierten contra el populismo, osease, la ambigüedad taimada, demagogia, mesianismo, el aglutinado mítico del pueblo, esa versión reguetón del proletariado ampliado, por escasez del genuino,
que, como un cante de ida y vuelta y con el difumino acá del tal y de la clase media en el nuevo melting pot o batiburrillo de clases en la estacada, es recreado como la gran mayoría natural (¿o eso era de Fraga?) frente a la otra, la que siempre bloquea el paraíso, llámese casta, oligarquía, Ceoe, Ibex 35, Conferencia Episcopal o equis, que cada cual asimila al contrario con lo que le sale. 
Porque de eso se trata, de identificarse a la contra, con el lema por delante y a rajatabla, aunque en silencio, por lo sectario y de mala fe, de “ese come, luego algo habrá hecho”. A lo que el bipartidismo y su populismo impreciso de querer seducir a todos para acabar por joder a los de siempre (sus votantes, por cierto), han ayudado tela con su trituradora, hasta hacer a tanto desclasado “tomar (una nueva) conciencia de clase”, la del pueblo, que no es ninguna: solo la de damnificados de la otra. Pero muncha gente, eso sí. 
Yayaflauta preparándose para la instauración del pueblismo, en pleno cursillo
para aprender a controlar el esfínter del botijo que, como se puede observar
le va directo, del Canal de Isabel II, al canalillo.
Y ahí estamos. Todo muy transversal y viridiano, pero resultón. El XXI es lo que tiene, el fin de las clases, y las nuevas turbas mediáticas, tanto por venir vía medios como por ser neomedievales, ecuménicas y, más que comunistas, comisionistas. 
Y el caso es que la apuesta no es nueva. En los 80, el MC y otros ya defendían que el giro vendría de las escombreras del sistema, del rebús, lo marginal, lo sin (que no light, ojo), ahora tan al alza que igual acaba con la última teoría de clases, la de Bourdieu, quien, superando el hegemonismo de Gramsci a partir de la superestructura cultural, señaló la distinción como su nuevo signo constructor. Y que ya no se lleva, sino dárselas de pobre. 
Qué bienpagao o empresario no se cree pueblo, como en el franquismo se creían proletarios solo por llevar un mono azul hasta para comer. La risión. Es lo que trae la proletarización y el desmenuzado. Y ahora, los alternativos, a hacer de termomix. Y eso es aprovechado para meternos una jindama negra a estos Luis Bonaparte, más que irreal. ¿O es que ya no cuentan con su más fiel aliado, el señor D’Hont? Lo cual, francamente, no sé si es un alivio o ciertamente un desconsuelo.

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