Cuando los estudiosos del neomatriarcalismo electrodoméstico a
punto estaban ya de incorporar a sus diccionarios mascagachas como sinónimo de
padre, un hombre aseguró tener marsupia. Con un par.
Y enseguida los tendentes a la brocardia la empentaron a latinajos con el desideratum, liando tal pandemonium que en medio del symposium acabaron pasándoselo por el forum, lanzando además el ultimatum de pedirle la oreja, la suya, por fulero.
Y enseguida los tendentes a la brocardia la empentaron a latinajos con el desideratum, liando tal pandemonium que en medio del symposium acabaron pasándoselo por el forum, lanzando además el ultimatum de pedirle la oreja, la suya, por fulero.
Pero el
julai, inexperto en felaciones públicas, resitiéndose a la moción siguió
jurando por la Majari que él tenía marsupia, aunque no de siempre, eso sí; que
le había sobrevenido, empezándosela a notar el día en que lo mandaron a por
potitos, que mira que bien se los come el nene, pero que sean de fresa, que los
de plátano no le molan y no vaya a darle una cagueta que se nos vaya.
Al principio pensó que le estaba saliendo el flotador de la
treintena. Bueno, lo primero primero fue abuchararse. Y en vez de petisuises le
compró al chaval una milhoja, lo cual le acarreó la polca típica de quien, al
año de parir, aún no ha podido ahuecar la media arroba de más pillada en el
embarazo. Pero luego, por mucho taparujo que le echara, aquello fuele echando
pliegues al zorrocotronco.
Y para cuando empezó a hacer potitos caseros con la
baba caída a los primeros insultos proferidos por el vástago –siempre echaba
en la túrmix algún resto de plátano pansido, a saber si por revancha o por
ahorro–, vio que aquello era algo más que una arruga irreversible, vistiendo el
menda como de suyo alforja plisada de piel marrón como la vida misma, sobre
ombligo de diseño rústico abierto en polan espuerta, que por cierto le venía
bien en cumpliendo con el débito conyugal para meter allí los globos, toallitas
ecológicas e incluso refrescos isotónicos reconstituyentes con los que, encima,
marcaba más paquete, creyendo la parienta que aquella aguadera venía además muy
bien para hacer los mandados, ideal por tanto.
Pero todo cambió con la parejita. Fue producirse la mascletada y,
ya fuese por la flojura postparto que le entró, o la depresión por el recién
nacido trío haciendo capullo a sus expensas, se le encalomó una lucidez
mostrenca tal que si le hubieran inyectado en vena un extra de Ser Padres, que
lo apalizó hasta irse apartando de su rebaño, al sentirse desplazado en su
papelón por las maestras, las médicas, las sicólogas, las locutoras, y
terapeutas de toda laya, hasta ver su paternitad resumida a una provisión de
necesidades para lo cual su marsupia, como órgano creado para la necesidad,
crecía día a día, al tiempo que su desolación y desengaño, al ver que ni
siquiera ya era imprecado abiertamente, sino que era tomado a una chunga no
violenta y pasota.
Una noche soñó que era un violonchelo en el que los suyos
ejecutaban malamente una tocata en si bemol de Bach a rasguñazos, encaramados a
él, usando el arco como una vara de avellano, venga tocarle... las cuerdas; que
le rompían una segunda, y costaba siete euros del ala, y que se lo pasaban en
grande con el akelarre, hasta que, al dar un fa sostenido absolutamente horriblo,
despertó, cogió los bártulos indignado y salió embrutecido para un
gimnasio con una determinación suicida a
quitarse la marsupia aunque fuera a base de aeróbic. Cosas más difíciles se
habían visto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario