martes, 13 de enero de 2015

Filosofía parda o retorno a la fe


Con este título ya habrá alguien temblando sólo de pensar en volver al hospital para una biopsia, una diálisis o un tacto rectal. Que no cunda el pánico. Es sólo que en la sociedad crece el deseo de creer a la par que disminuye el ansia de verdad.
Vamos, que la fe, el esoterismo, la superstición y hasta la brujería ganan terreno a expensas de la ciencia, el empirismo y el positivismo. En suma, la ilustración baja, el oscurantismo sube. Para ejemplos, el desinterés por la escuela, la deseducación, la apatía del saber, la deserción de la cultura y el apego a la pseudo información y la semi cultura. 
Vivimos de nuevo tiempos de renuncia a la búsqueda, la investigación y la explicación, de aceptación ciega de lo que nos echen. Tiempo pues de derrota. 
Pero nos pilla de nuevas. El mismo Marx, el de los golondrinos, el científico de la realidad, el que decía que más que explicarla había que transformarla –aunque ésta se haya transformado tanto, que lo único que quede es comentarla–, creía románticamente en los curretas y en su sudarrina como argamasa del paraíso, mientras ellos le correspondían creyendo en milagros y superhombres. Más fe, imposible. Así pasó, que los que tras aquel parto de la modernidad que fue el petardazo del viejo régimen (del cual somos hijos), se agarraron bien a las tetas del ama de leche de la Ilustración, acabarían capitalizando –muy propio del capital– el cambio histórico que pensábamos conquista de los desposeídos, poniéndose la medalla e imponiéndose sobre los refractarios al alimento intelectual.
A la vista de lo nutricio de la ilustración y las ventajas del meritoriaje, los rezagados se engancharon al carro, no muy convencidos y sin apenas inversión, por quererlo todo mascado, que para eso se pagan impuestos. No es que anduvieran cabizbajos pensando en libros, ejercicios, cursos, exámenes, pero sí podía entreverse cierta asimilación de la necesidad del saber como reverso del relincho, como medio de promoción social, como sello de una nueva calidad alcanzada o lo que fuera. La tiniebla parecía difuminarse.
Pero hete aquí que la Ilustración fracasa como panacea de vida trascendente, y muchos que llegaron a creer en ella (siempre la fe) se rebotan hacia el otro extremo y el oscurantismo se relanza.
En éstas, los gobernantes de turno, seguidores atrasado de la sociedad pero persuadidos de que a las masas les interesa más una pechuga, sea de pavo o de pava, que Espinoza, para no ser menos y refrendar esa pasión popular por lo ignaro, le han pegado tantos hachazos a las artes, las humanidades y otras sandeces, según ellos, del ámbito educativo, que más bien parece el depósito de pele de una serrería.
Nadie piense en ello como un fomento de esa democratización de la estulticia a base de populismo y demagogia con que igualar a todo el mundo por abajo (superdotados incluidos). Al contrario, con tal segón de conocimientos se erradican cual grama u ortiga cosas harto cizañosas como la filosofía, la plástica, la música, previniéndonos a la vez de su indeseabilidad por ignotas.
Se trata pues de una adecuación a la demanda social que piensa que de poco puede servir a un cocinero –con contrato basura, supongo, y a tiempo parcial, o sea un preparador de desayunos o meriendas– saber geografía cuando el verdadero origen de su ingesta sólo puede explicarlo Hawking.
Lo importante para el poder más refinado actual, expendedor de libertad con hipoteca a largo plazo, es que el personal llegue solito a la conclusión de que sin grandes estudios será más fácil colocar a los hijos para poder empezar a pagarse cuanto antes los cubatas y así seguir colocados, y que cuanto antes lleguemos a ese nuevo medievo analfabeto, liberalizado y tecnológico en el que, en nombre de maximizar ciertos conocimientos se desacredita el pensamiento, en virtud de mejorar la razón se arrincona el intelecto, y en razón de cierta lógica se apaga el criticismo y la duda, mejor.
Es como si después de dos siglos construidos con masas tradicionalmente iletradas (y obligadas por un tiempo a ilustrarse algo) anduviéramos en plena venganza histórica con la imposición de la andorga como medida del hombre, su tancredismo, su pan en los ojos y a mí me las den todas. Todo ello con la anuencia y colaboración inestimable de gobernantes interesados en ampliar el cretinismo, apuntando una vez más con sus dardos al ilustrado como enemigo, empezando por su mofa, desprecio y descrédito, anunciándolo inútil, elitista (y por tanto descastado e impropio) y digno de recelo. En cambio se pide fe y contento.

Ocurre en cada reflujo histórico, en cada involución, que a los ilustrados les pongan orejeras y a la cultura se la liquide a puñaladas de buenas palabras. Y ahora pintan bastos para el estudio, pareciendo más bien que vuelva el ora et labora, el trabaja y cállate (y gracias), tan similar a aquel “laborare, obedere, credere” de Mussolini, que se autocalificaba de socialista. Pues eso.
Pero ya digo, no nos pilla de susto: “¡Viva la muerte!”, fue el grito de guerra de aquel legía contra la razón representada en Unamuno. 
La cosa es tan vieja como los tontos, y no es ninguna novedad que las fuerzas de lo estulto siempre estuvieron avizoras al beneplácito de esa mayoría perezosa que por ruin y gandula actúa con envidia, inquina y celo inquisitorial contra todo lo letrado.
Actitud mentecata de rencor dirigida por los orates, que en su afán por perpetuarse sobre la idiocia, se unen, ellos sí, para recortar el único pertrecho verdadero que cualquier pedestre posee frente al poder: el conocimiento. Piensan que escupiendo a la inteligencia nunca caerá sobre ellos ni sobre sus adeptos, los nuevos creyentes que los mantienen a base de una fe chusquera y reciclada, y que cuanto antes se haga de noche, mejor, pues en ella todos seremos pardos, y de esa filosofía. Además de que así podrán camuflar mejor su predador color natural, pues a plena luz cantan que te cagas.

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