Perdón
por el palabro pero es lo que son esos nuevos políticos aluviales recién
salidos del nublo hasta aquí solo de pedrisco y ruido;
apostadores de agua dulce (y revuelta) que en la confusión, cual preferentistas de la urna, optaron por productos no muy claros, y a la primera de cambio y en plena luna de miel, por un quítame allá esos pactos, se quedan colgados, fuera de juego y sin avío, agarrados al acta mientras se les llevan la escalera, abocados sin remedio a ser los despotricadores oficiales, los ínclitos denunciantes de ese fiasco que es el consenso partitocrático, por el que, cuando ellos, los pastores se reunen y pactan, oveja muerta o se acabó la democracia.
apostadores de agua dulce (y revuelta) que en la confusión, cual preferentistas de la urna, optaron por productos no muy claros, y a la primera de cambio y en plena luna de miel, por un quítame allá esos pactos, se quedan colgados, fuera de juego y sin avío, agarrados al acta mientras se les llevan la escalera, abocados sin remedio a ser los despotricadores oficiales, los ínclitos denunciantes de ese fiasco que es el consenso partitocrático, por el que, cuando ellos, los pastores se reunen y pactan, oveja muerta o se acabó la democracia.
Son los no adscritos, esa fauna recuperada de épocas más plurales para el biotipo,
que van a por acciones del poder y salen trasquilados, quedando en terreno de
nadie, en la puta calle pero dentro del tango, o sea en el limbo, y, no falla,
se hacen tabarristas, murguistas, tuneros, barqueros cantaverdades al lucero
del alba, a falta de vela en el entierro (del votante), porque más vale buena queja que mala
paga, con un descontento en el decir más retestinado que un cueceleches y sin precio (o
sea, gratis) para el mentidero y la tropilla canallesca más buscamugres.
Un
papel que recuerda a los locos medievales, a través de los cuales Dios refrescaba a la parroquia sobre que el fin siempre estaba (está) cerca. Aunque también trae a la
memoria al ganapán, faquín o mozo de cuerda por cuenta propia y tirado a su
suerte que antes había en las plazas para hacer mandados y trasladar los chismes
de sitio (o información, u otra mercancía), y que por ir armados de una espuerta
para su labor, eran conocidos como esportilleros, sin tarifa y dependientes de
la voluntad de los ciudadanos, dicho sea sin ánimo de incordiar. Y de la competencia.
Porque,
si es uno solo, lo que eres es raro, excepcional. Nada serio. Y te aplican lo
de “Liebre ida, palos a la tierra”, otro más quemado que una colilla, que
supura por la herida. Lo cual no es más cierto que lo que largan de los demás. Aunque, si
todo lo que estos gargantas profundas como el que nos ha caído en suerte en el
pueblo, van a denunciar va a ser esa novedad mundial del malgasto de móviles de
concejales, o que los inmigrantes acampados no tienen aire acondicionado (como
el 80% de lugareños) y les tienen que limpiar más a menudo el sitio, vamos
dados. Que se lo cuente a los muchos paisanos que iban a vendimiar en peores
condiciones y aun así tenían como el jaspe las pocilgas donde vivían. Y sin
ayuda. Y es que hasta los independientes se sirven hoy de ese discurso universal
buenista y demagógico que ya huele y que se lleva mucho. Y que funciona, dirá alguno. Sí, pero como
la parodia en que se convierte lo repetido, manido y resobado: como el ajo, los no adscritos o, sin ir más lejos, los esportilleros.
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