lunes, 24 de agosto de 2015

Puebling

Estos días, con la de vírgenes –que ya será menos– que se pasean en los pueblos, éstos parecen colmaos, según me dicen.
Hasta los subsaharianos que vienen a la cebolla, la hortaliza y demás, acaban siendo sus devotos, por la cuenta que les trae, mira qué pijo, y la gente, harta de pan bimbo y de no tener adonde sacar el coche nuevo, se le cruzan los cables y se largan a hacer puebling, que es como se denomina a ese enfoque vital que siempre tuvieron los nuevos pobres (los que pasan de pobres de pueblo a urbanos) cual es, en oposición a los nuevos ricos, que sí tenían dónde tomarse una coca, el ir por los poblados dándoselas de “qué bien se está aquí” (aunque tampoco tengan dónde aparcar) y “por lo menos aquí se dormirá por las noches”, sobre todo si te acuestas atufado.
En fin, la clásica arrogancia embozada de falsa melancolía del paraíso perdido que invade, dicen, a aquellos (casi todos) que lograron zafarse del retrete de corral, y van, y vuelven. Solo porque las casas han cambiado y ahora los baños están alicatados hasta el techo y con fenefa –cenefa, dicen allí–.
El puebling es uno de esos fenómenos inexplicados sobre los que se han arrojado, entre otras cosas –merecidas, como no podía ser de otra forma– varias hipótesis, pero de entre las cuales se echa a faltar todavía una sociología seria que lo explique en extenso. Y es que, aunque mucho haya cambiado todo, cuando alguien va a un pueblo le pasa algo así como a aquella mujer que huyó con un panadero y se decía que estaba en panadero desconocido. Que es por lo que mucha gente prefiere estar, pero que al menos sea en una ciudad.
Actividad típica de pueblo, en los que, a la vista
está, se acaba uno subiendo por las paredes.
 
Y es lo que les ha pasado a muchas mujeres de pueblo, que, a pesar de que es de los pocos sitios donde se puede adquirir un moreno moreno, (me refiero al 3M, el inmediatamente inferior al subsahariano), oye, como que no, que pillan y se evaden, así como si no les gustara el solar patrio. Por eso creo que en estas fechas tan señaladas, a las mujeres les cuesta, se ponen retrecheras a la hora de dar un garbeo por la campiña de arriba de norteáfrica.
Y es que yo pienso seriamente que la ciudad es un invento de las mujeres que nunca agradeceremos bastante, incluso los que no nos gusta la ducha. Ellas fueron las pioneras del éxodo pueblerino, hartas de aquel corsé intangible de la vigilancia patriarcal, el rumor y la acusación sin pruebas, o con ellas, qué más da. Y no lo fueron por su famosa inconstancia, aunque pueda serles atribuido eso de que no hay idea que permanezca en una persona toda la vida –sobre todo la de quedarse toda la vida en un pueblo–, sino porque necesitaban un escaparate lo suficientemente grande como para poder verse en toda su entereza, y eso sólo lo proporciona la ciudad: escaparates. El único lugar capaz de ubicar –y reflejar– una mujer al completo.
Otra actividad a la que se llega a base de vivir en el pueblo:
los políticos haciendo de antidisturbios, manejando el cañón
de agua contra la masa calenturienta. Y oye, tan a gusto.
Tengo para mí que los pueblos empezaron a cambiar desde el momento en que hubo recién diplomadas del magisterio que se negaron a ir destinadas a una aldea serrana, con muchos achaques pero con el inconfesable de que allí no iban a encontrar ni una maldita luna donde mirarse; renuencia que aún existe hasta el punto de que hay maestras que alquilan en comandita un piso lejos del lugar de trabajo con tal de no estar a la vista de sus víctimas. Y  lo mismo pasa con las que viven allí, que lo único que echan de menos de verdad son los escaparates.

Y es que, ¿se imaginan viviendo de espaldas a ese portento que sintetiza las esencias de nuestro modus vivendi? Yo no. No sé si es algo transexual o simplemente consumista. Pero lo que sí sé es que, para que la gente pudiera hacer puebling con garantías, sería deseable que los ayuntamientos, con la ayuda de las Diputaciones, antes de que desaparezcan, je, je, en vez de tanto frontón y tanta pioscina vacía, montaran escaparates en las calles principales, aunque fuera con artículos de pega, o sin nada, sólo para mirarse, para que la gente al pasearse, creyera estar por fin en otro sitio. Que es lo que pasa con la ciudad, esa otra ilusión. Porque si Lenin dijo que el comunismo es el socialismo más la electricidad, la ciudad es el agua corriente más Zara.

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