viernes, 31 de enero de 2020

El iceberg perdido


Enero es ese mes que ha enviudado del frío, cada vez más boreal, errante y primacista, que de vez en cuando se le aparece, solo para dar celos, y de mentirijillas, en su formato femenino, la escarcha, en fugaces (y falsas) ceremonias nupciales que duran lo que el alba en derretirse, en un amor de frigorífico averiado, en un amor apenas olvidado. 
Pero aun así, y como todo es añoranza, lo invocamos sin querer en un azar de pequeños gestos, sus majestades cotidianas, llenando de ropa los armarios y cuerpos, como si fuera un frío niño, incitándolo a salir de su juego al escondite y dar la cara arrecida, para vestirnos de él, o acobijarlo, lo que quiera. 
O mirando los mapas de las nuevas oráculos, las vestales del tiempo, para vislumbrarlo viéndolo venir entre las isobaras. 
O encendemos la lumbre en casas alquiladas al efecto, a veces tan lejanas, en intemperies que siempre creemos más propias y legítimas de su reino, así como si fuera un lobo hermano, para llamarlo a llamaradas, acogerlo y acercarlo a nosotros, tan helados en su ausencia, y al no verlo aparecer nos preocupamos de que se haya vuelto tan errático, fugaz y fortuito que quizás nunca vuelva, como el adolescente que se fue, o el infante raptado. No sé. Alguien que se llevó el invierno, o sea, el ayer, que nunca es primavera. 
Porque enero, ese mes partera al que las estaciones parecen haberle hecho el vacío, está ahí para hacernos ver que todo llega y que la nada también es territorio de la vida, al menos de la nuestra, de la que siempre deja un rastro, quizás de esperanza, una hoja roída, un charco, un petirrojo. 
Se diría pues que enero es el contrato de arras de un compromiso docemesino, el pago y señal, el devengo anticipado del porvenir, aunque tarde lo suyo. 
Así que su tiempo se mide en patas de ratón, y su perfil en cuesta, tan jibosa y rastrera desde que todo depende de los sueldos y ya no del sagato sin horario y con bellotas, por no tener donde ir sino a febrero, la siguiente escala de lo incierto. 
Aunque ahora la prisa exija que se acabe. Pero ya volverá.

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