viernes, 4 de diciembre de 2020

Riego

 Decía una de las parteneres de John Holmes, el legendario actor porno mejor dotado de la historia, que nunca pudo verlo en toda su ‘expresión’, dado que no podría regar “aquello” sin sufrir un infarto cerebral.

Algo que demuestra la incompatibilidad de ambos órganos sexuales, que sabido es que aunque funcionen como un diunvirato, llegado el momento, o manda uno o el otro.

Algo, que que en la adolescencia no suele pasar, o más bien pasa, pero  al contrario, que donde suele faltar el riego es en la cabeza, y lo que se vive es en una disfunción cerebral permanente. Ejemplo cotidiano de esto es el uso por parte de ese segmento, por decirlo así, de los bancos de los parques como palos de gallinero, y ahí los ves, subidos a ellos más que palomos en un cable (con la esperanza, cada vez que los veo, de que las deposiciones que los empuercan sean de otros pájaros, ave maria purísima), y, a lo que vamos, que no hay forma de sentarse sin hacer bayeta de tu pantalón. 

Lo cual pone en un brete a los munícipes, mayormente políticos –que suelen actuar con dicho segmento como una abnegada amante condescendiente ante la crónica inconsistencia parejera, y más si, como es el caso, no votan (todos, quiero decir), o no directamente–, y que no es ver frustrado su relato de la ciudad ejemplar con que nos tratan de cautivar, difícilmente ya que la desidia siempre es vieja y varia, aunque lo de mi parque sea ya una verdadera grosería, sino qué hacer para sujetar esa fiebre avícola, que junto con los tordos ya es una sola peste que se ha adueñado de él por cielo y tierra. 

Como en política pasa como en el consumo o el ocio, que se practica por vía de los vástagos y se consume, se divierte y se ejercita la ciudadanía a través de esa extensión que es tu ganadería, en tal caso habrían de ir contra los progenitores (o, dado su carácter gallináceo, a quien los incubase en su día), convirtiéndolos así, además de en víctimas propiciatorias, si aún no lo eran de sus propios engendros, en la casa madre misma del desmadre, como si, al no poder o querer desatar tal destrocina, delegasen en sus cachorros contra el viejuno cansado, o cansino, con tendencia al asienting, que invade su territorio nada más que para molestar con esa prepotencia en vez de limitarse a pagar los impuestos y disfrutar como cualquier viejo (y por tanto rico) viendo la tele.

 E, impotentes –¿por falta de riego?–, los munícipes pertinentes (o no) nos salen con más riego, el de los bancos, como si salieran ellos mismos de madrugada con la manguera a sanearlos, y que aún es peor, por los relejes y el retestín que el agua, así, echada a lo pavo, deja. Y ya está. Asunto concluido. Y los nenes, ¡con lo que están pasando!, que vivan y cojan la antorcha –bueno, el móvil–. Y ya de paso, los okupas, los ‘pobres’, los nuevos héroes, los esenciales, etc. Y a ti que te den.

 ¿Guerra generacional? ¿Nueva lucha de clases? No: parodia (y no poca envidia social y malafollá realimentadas con el covid). Como toda la que nos rodea por todas partes, incluida la de la gobernanza.

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