miércoles, 5 de enero de 2022

Más gente

 

Los animales domésticos por fin son personas. Algunos no lo somos hasta el tercer café, pero a ellos les ha bastado con una ley.

Y anda que no lo sabíamos, o nos temíamos, que, personas físicas, eran, aunque solo fuese por sus evidencias depositadas en ascensores, rellanos, aceras y demás. 

Pero ahora es que son personas jurídicas, tío, lo cual supone no una impunidad flagrante, ya que se te pueden cagar en todo y no les puedes arrimar un hostión, actuar en defensa propia, en definitiva, sino que les tienes que aplicar la presunción de inocencia y no te puedes tomar la justicia por tu mano, ni delegar en una estaca. Y menos vejarlos con improperios o críticas aunque sean compasivas, pues vienen definidos ya, no como cosas, sino como seres sensibles, y su derecho a ser ellos mismos –ya sabemos que la filosofía del self es hoy más que la del ser y la nada existencial y la orteguiana de este y su circunstancia juntas- prevalece y les garantiza el poder animarnos la existencia sin que podamos hacer gran cosa por evitarlo. Además de plantearnos graves problemas de conciencia. 

Yo, por ejemplo, no sé si poner ahora nombre a mis gallinas, que con el nuevo status lo van a requerir, cuando no exigir, como si yo fuera Dios, o Bob Dylan. Y más con el agravio comparativo que padecen respecto a Nazareno, el gallo, que menuda cruz, también. Y sí,  todo eso está muy bien. Pero es que luego, en la praxis, responden más a la anomia y se comportan muy a lo humano, las pobres, y no atienden. Que dices “pitas, pitas”, y acuden en masa como a un vacunódromo. Vamos, eso no es propio de una propiedad inembargable, que ahora dicen que son. Y luego está el problemón de la pepitoria. 

¿Se acabarán, con la nueva ley, las campañas de Siente un pobre a su mesa?
Hasta aquí, las invitábamos a comer y, mal que bien, se prestaban solícitas a hacer de plato en vez de comensales, por hacernos un favor, viéndonos “alampados”, y algo te solucionaban (y ellas ganaban puntos en la historia, y en su cielo, que lo tendrán de aquí a nada, y se dividirán en buenos y malos, y…, bueno, no adelantemos acontecimientos). Pero en cuanto se empoderen como personas, ya te digo, pues la ley te da alas, lo mismo levantan el vuelo y ahí te quedas.

 O me denuncian y todo, por hacerles el síndrome de Estocolmo culinario, por incautarme de sus huevos. Que por cierto, ya llevan tiempo avisando, pues no ponen uno ni locas, con perdón, las muy sanchistas, que hay que joderse con la resiliencia. O es que están secas y no valen ya . Y eso, sin tele para animales (¿o sí?), que espera a que obligue la ley.

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