Es evidente que nuestros yayos no tenían ni pajolera idea de hacer parques. Para empezar, los hacían en las ciudades. Increíble. Y solo para que estuvieran a mano. Pero dónde se ha visto. Con lo prudente que es ponerlos a diez kilómetros. Y luego, la manía de llenarlos de árboles. Alguna tara psicológica, seguro. Con la de hojas, ramas, bichos y molestias que eso produce. Y no uno ni dos; a mogollón.
Hasta que no lo dejaban todo perdido de árboles, no paraban. Nada de césped. Cuatro matas, rosales, y zumbando. Ni un detalle. Menudo cutrerío. Unos básicos sin imaginación. Con decir que utilizaban especies afines al terreno, está todo dicho. Aunque tardasen treinta años en crecer.
Claro, no tenían empresas de asesoramiento ni gestión sostenible. Ni casi presupuesto. Pero es que eran tan dejados que no preveían ni que llovería, a veces con viento, ni el granizo, ni los rayos, ni el hielo ni la nieve. Nada. Ellos, a lo suyo. Paisajistas aficionados e ineptos, tan irresponsables y analfabetos que se pasaban por el forro, quizá porque aún no se habían ideado sus aplicaciones para parque, esa cosa llamada ‘inclemencias meteorológicas’, que es cuando el tiempo empeora, o sea, mejora y, por lo visto, hay que cerrarlos. Pues ellos, ni caso.
Te ponían un parque, y ¡hala!, el que quiera, que entre, y el que no, al casino (pues en las casas aún había más riesgo que fuera). Menos mal que ahora ya tenemos unos gestores de parques de verdad y, a la que la Aemet, nuestro Ogino atmosférico y predictor de alarmas oficial, va y pronostica cambios, ya están cerrándolos, para librarnos del cataclismo de una llovizna, un trueno, cuatro copos o una mala racha (¿cómo la que llevamos con ellos?).
Bueno, y de la ruina al
refrescante tantos años buscado, porque, imagínate que pase alguien a tomarse
algo. No lo quiero ni pensar. Y es que, como están todo el día con el móvil, ese
gadget que ha generado miles de millones de meteorólogos (y de fotógrafos),
están a la que salta para salvarnos la vida. Y sobre todo del parque, esa
trampa mortal de nuestros yayos para buscarnos la ruina. Y es que son buenisssmos.
Que no nos los merecemos, vaya.