jueves, 7 de agosto de 2025

Molicie


A mí, como ser evolucionado, en las olas de calor ya no me puede la molicie, aquella sensación de galvana extrema, aquel parón metabólico que se te apoderaba al llegar la calor africana. Desde que África ya está aquí -bueno, y Asia, y América, todo el mundo está aquí, por fin-, lo que más me puede es un mal humor cretino. Y no es por el calor; es por la culpa. 

A cada alteración, cada exabrupto, cada desmán térmico, te sale un enterado/a que te monserguea sobre que me despida de “lo normal”, y que ahora la tónica, no será la Sueps, sino el desmadre, el despiporre, la rebelión de la natura, y además, yo tengo la culpa. Quiero decir mi cuota de agresión al planeta. 

Yo, que no es que guarde el plástico, aunque sea de callos a la madrileña, que a los dos días tira p’atrás de pestuzo a pimentón rancio y grasa polinsaturada, el cóctel ibérico cinco estrellas, sino que me lo como (el plástico; de lo otro ya no queda) con tal de preservar el ambiente medio. Yo, que, de puro peatón me gasto más en suelas de goma (y baterías de coche) que en gasolina, razón por la que los ecologistas me acusan de doble crimen (y un primo mío de rata). Yo, que, por mi crianza campestre (o quizá por haber visto 27 veces Chinatown) recojo hasta el agua de lluvia (y no para lavarme, según mi primo). 

Pero ya dicen que no hay suerte para el hombre honrado, y a base de homilías acusicas tocándome la fibra -sí, también la óptica, que por ahí también te trabajan-, he llegado a sentir una culpabilidad patológica. Y más patética que la de Beethoven y Tchaikovsky juntas, pues estoy convencido de que los tomates no me echan por mi culpa, y a media noche me despierto soñando que un sisón se me caga encima -y anda que no cagan los sisones- para castigarme por mi desventurada trayectoria por la Gaia. 

Y descarto que todo sea una estrategia de una nueva iglesia secular que hace del cambio climático el arma arrojadiza de destrucción masiva de la autoestima y el recto obrar de pobres responsables. O eso nos creíamos. ¿Qué habremos hecho, pues? ¿Es que no teníamos bastante con la hipoteca? ¿O con ver la tele? ¿O con la calorina? ¡Oh, Dios, ayúdanos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario