Los adultos, históricamente, siempre hemos hecho el imbécil. Pero, no contentos con ello, pues si algo tiene la idiotez es que es agónica, también hemos hecho lo (im)posible por educar en la imbecilidad, para garantizar el mejor de los mundos posibles, del cual estamos orgullosismos.
Es una forma de reproducirse como otra cualquiera y la respuesta a por qué la humanidad avanza tan lenta, pues cada nueva generación ha de pisar, como aprendizaje, peaje o ultraje, las mismas mierdas -más las que cada época añade generosa- que sus antecesores en el cargo de tontos del siglo, en su homenaje y para que no decaiga. Así, no hace un mes que se convocó una huelga general nada menos que por Gaza. Espléndido.
Ignoro cómo la recibieron los gazatís, pues el equipo de Tezanos que tenía que haber ido a hacer la encuesta no sabe, no contesta. Aquí, el resultado inmediato fueron unos cuantos contenedores de basura en llamas. Y, viendo lo visto, me juego una chistorra -que no es algo que gane todos los días- a que un precedente así pueda servir de inspiración, a un hijo de liberado sindical (sin ánimo de insultar), a un super concienciado por el futuro de los gatos o un forofo del poliamor, para emular -ya se sabe el refrán, cuando se acaba la linde, la mula para y el tonto sigue- a sus mayores, convocantes profesionales de lo que sea, para promover una huelga general de alumnos contra el acoso escolar.
Y en algunos centros hasta la han seguido. Menos, claro, en aquellos en los que hay mayoría de padres de clase media o que trabajan ambos. Y no porque pasen del acoso, que, por cierto, es parte del aprendizaje de la lucha por la vida, inevitable mientras seamos animales humanos -aunque paliable en sus abusos-, sino porque: nene, tú te dejas de gaitas y te vas al cole, que nosotros tenemos que currar. Y los demás, si quieren hacer novillos, allá ellos.
Así de simple. Pero lo de los padres apoyadores no tiene perdón. Le facilitan un móvil al niño (y con ello, otro delictivo a su acosador) y luego le echan la culpa a la escuela o al profesor. Y la solución es una huelga. Lo dicho: la tontería es libre y cada uno coge la que quiere.