La gira sexual de ese dúo de circo (y fieras) formado por Ábalos como empotrador sin fronteras y Koldo como su agente y pagador, avalista domador de un putero indomable alquilado por horas de ciudad en ciudad a gastos pagados para fornicador y beneficiadas (perdón, damnificadas), bolos dignos de haber figurado como números del Teatro Chino de Manolita Chen, me recuerda a un verraco de mi padre, Cartucho, un cabrón díscolo y tecloso con el que hicimos una pequeña correría, con perdón, allá por los sesenta por el canal, ese al que los idiotas llaman hoy sin quedarles otra río Palo.
Imaginen a Cartucho, un belitre de ocho arrobas certero como radar de feromonas de las hembras en amor -así se llamaba entonces al celo-, saliendo al camino a ventearlas. Imparable. Y menos, con las varas que mi padre y yo portábamos para llevarlo por el buen camino sin que se confundiera de hormonas, dando más giros, gruñidos y cabezadas el muy cerdo, que echaba espumarajos por la boca antes de atisbar a su primera cita (lo que ahora sería un first date) en una huerta cercana, una primala que hubo que cuidar, vara en mano, que no ringase del ímpetu digamos amoroso.
Si bien todo quedó a satisfacción del usuari@, y sin tráfico de moneda, pues entonces la cosa, aún sin Koldos, era más de trueques.
Pero lo difícil fue sacar de allí al bicho hacia su segundo objetivo, y no por encaprichado con su pareja, que ni que le pusiera piso, el guarro, sino por renegado y hostil como un apache, llevándonos como p.p.r. (putas por rastrojo) de aquí para allá, correteando, fintando, revolviéndose, hociqueando, tirándonos…, quien no ha intentado manejar un puerco en campo abierto, y salido, no sabe del infierno. Al menos, Koldo & Pepe Lui lo hacían en lo urbano. Así, hasta llegar a su otra parada (nupcial), en que se despachó todo y, casi derrengado, hubo que bajarlo para volverlo entre sentadillas y gruñicios, a empujones, a su querencia.
Un suplicio, el Cartucho. Y total, dos cartuchazos.
Ah, lo que hubiéramos dado por un semental a gastos pagados, y con dinero
público. Pero cómo íbamos a soñar en pleno franquismo que la democracia daría
tanto de sí.
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