Dentro de nada, como quien dice, los máximos defensores de la limitación (y devolución al remitente) de inmigrantes serán los niños que ahora mismo y desde hace un tiempo están naciendo en nuestras maternidades de padres que llevan aquí cuatro días o incluso acaban de llegar.
En Cataluña, por ejemplo, más de la mitad de los nuevos nacimientos proceden de ellos. Y va a más. En pocos años serán los usuarios mayoritarios del grueso presupuestado (y hasta sin presupuestos) del estado del bienestar, sanidad, educación y ayudas sociales.
En una mínima y tímida proyección a futuro, lo más probable es que los medios decaigan, el reparto se restrinja y los impuestos de su manutención suban. Las consecuencias de ello no hay que buscarlas en el mañana; ya están aquí. Véase lo de Extremadura. Aunque no sea esa la cuestión.
La cuestión es que, cuando todo eso que ya está empezando a suceder, tome asiento, aquellos que acaban de llegar al disfrute de los restos del naufragio, de las sobras completas, del rebús del Edén, defenderán con uñas y dientes la última beca de guardería, la última subvención de libro de texto, la postrera ayuda a domicilio (de la que tantos viven indirectamente), y no ante el nativo viejo, que a esas alturas ya habrá renunciado a la sanidad o la educación públicas, y estará en contra de pagar al fisco por menesteres de los que, no entonces, sino ya mismo, se considera solo pagano y no beneficiario.
Y el principal argumento de esos nuevos y encalabrinados valladares contra el reparto universal a los que, aún fuera, seguro que todavía estarán locos por entrar a rebañar las migajas, los granos del pastel, será el que siempre han utilizado los penúltimos en llegar a cualquier paraíso (de mierda): nosotros llegamos antes, y la prueba de nuestro pedigrí es que ya nacimos aquí y vosotros sois forasteros.
Así dirán los máximos baluartes del sistema a
extinguir. Siempre ha sido así. Es una ley de la miseria histórica que el mayor
enemigo del más pobre es el pobre anterior. Ya lo relataba en su cuento Don
Juan Manuel. Y cualquiera que haya sido pobre lo sabe. Pero, explícale tú eso a
un político.
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