miércoles, 11 de enero de 2012

El temblor del héroe

Rajoy está missing. Rajoy no da la cara. Rajoy está jiñado. Rajoy está haciendo la mili en las Chafarinas. Ése es el runrún que recorre los foros y forros patrios. Y no me extraña. Que no salga –este tipo sale menos que yo–, ni que se lo afeen.
Cualquiera con un poco de lachi y el marronazo encalomado se haría el longui como si la jindama le hiciera rilarse por los zócalos o se le hubieran llevado los mengues. Y claro, se le añora. La presencia del verdugo amado es la más querida para el supliciado, víctima enamorada al fin y al cabo. Eso presta protagonismo y veracidad a su tragicomedia, y le añade más morbo que, por ejemplo, un reality, la cultura sadomaso en la que todo ese teatro de moderna corrala se nos ofrece.
2012, Año Mariano
Nuestro cosmos referencial es una cultura armada con ideas mágicas en torno al superhombre, el salvador, el caudillo, el number one, la estrellita, cuya visualización permanente focaliza en elegidos concretos sus representaciones digamos superiores, vuelve automáticamente presidencialista el sistema, habla de líderes en vez de dirigentes y les tiene por casi semidioses que han de cumplir con su papel de oráculos, ya que nosotros hemos asumido el de caterva confundida que busca en el telediario la confirmación de las noticias vistas en la prensa, un absurdo que, según Campanille, es como escribir una carta que concluya con un “sigue telegrama”.
Y se echa de menos al héroe, especulando con su reaparición, como si fuera José Tomás, que salga a los medios y no se encierre detrás de sus picaores. Lucubrando sobre su dominio de los tiempos (y lo mismo es que ha ido al dentista), tal que Goebels, que aconsejaba hacerse de rogar para darse pisto, táctica femenina seguida por Hitler, hasta que Franco le hizo esperar en Hendaya, no se sabe si para darle una lección magistral o es que llegó tarde por ir en tren. Pues así es el trato que Rajoy el castigador, que parece sacado de la seguidilla manchega: “conversación a todos, palabra a nadie”, dispensa a un público cuyo único horario parece ser el televisivo y su deseo la idolatría del héroe, labores por las que el deseado tal vez no esté, tal vez apercibido de que hace falta menos tele, menos profetas y menos diosecillos, y más equipo, más provecho y más sociedad. A poder ser, anónima. O mejor, limitada.

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