miércoles, 29 de febrero de 2012

Con chándal y a lo loco

Los sindicatos convocaron los paros ayer miércoles porque veían que si seguían movilizándose en domingo corrían el peligro de que su revuelta pasase a la historia como La revolución del chándal. A pique de resucitar Iglesias o Bakunin, que eran más de corbata, o lacito, y los crujan a gorrazos.

Pero es que el chándal es nuestro equivalente postmoderno del traje Mao, el uniforme de las clases subalternas, o sea de Botín para abajo, o Marichalar. 
Batamanta recogida.
¿Se imaginan a Mari con chándal? Ya veo que no. Si así fuera el cine español no tendría tal escasez de guionistas. Es el traje de nuestra propia revolución cultural (aquí contrarrevolución), con el cual, como entonces en China, la gente va a reeducarse al campo, a las parcelas. Tendemos a pensar que es una degradación voluntaria, un motu propio, pero no. Como allí, aquí  también hay una Banda de los Cuatro radical y provocadora, que contribuye a esa performance involutiva: la pareja, la suegra, el cuñado y el perro. El chándal es lo que nos convierte en maoístas de parrillas. En proletarios ricos o en ricos proletarios, justificándonos como revolucionarios in pectore. Pero eso es cara al público, de nueve a dos, por así decir. Hay otras prendas para revestir al perfecto explotado de hoy, guardadas insustituibles como oro en paño, que es lo que son, en su fondo de armario, quiero decir aparte del bañador anticloro y las mallas para correr o la bici. La más básica para cualquier neocabreado al día, la más, digamos rompedora, in y trendy es la batamanta, por lo que significa. Pues si el chándal es más casual y hasta fashion, más de faena y para las pasarelas working class, la batamanta define los anhelos más íntimos de su portador, lo que caracteriza a la revolución interior del buen revolucionario postpost, al ser unisex, fetal, moña, sofástica e ideal para el mando a distancia, la merienda cena y el sexo somnoliento. ¿Qué más se puede desear? Aunque yo lo que añoro es el jersey camacho. Aquel pulóver coraza de agujagancho investía de tal resistencia anticapitalista que al tener que deshacerme, casi a trozos, de uno que tuve comprado en Saldos Arias, macho, por poco me hago neoliberal en cuatro días. Y me pasé al chándal para ser reaccionario sólo a tiempo parcial, o sea de nueve a dos. Y ahí voy, tirando. Pero por la batamanta no paso. Mejor me hago un cambio de sexo, y terminamos antes. Estoy pasao, qué le vamos a hacer.

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