miércoles, 15 de febrero de 2012

Horroris causa

La tan cacareada segunda transición ya está aquí y es económica: la transición al capitalismo. La otra fue política y adoptó el sistema corporativo vertical para acoplarle el “socialismo real a la española”, a crédito y a tajoparejo, esa burbuja que, nos pudiéramos permitir o no, nos dimos el gustazo, y ahora esto es un Cotolengo. Normal.
Y ahora hay que recrear el mercado, volver a acumular capital (para volver a espiazarlo, supongo), refundar el sistema, etc. Porque la cuestión de la reforma laboral no es si creará empleo, sino riqueza. O sea si aumentará la productividad, la única manera de recaudar o requisar y poder mantener la población pasiva, pues la activa ya malvive por sí sola. Y todo lo demás es panfleto y octavilla. 
¿El eterno destino?
Es el riesgo de estar en manos de puretas, que cuando unos se agarran a la pela otros la emprenden con la política, y viceversa, y nunca se encuentran. De modo que todas sus víctimas somos civiles, daños colaterales. Así los sindicatos, que si (ahora, después de haber cogobernado) necesitan un baño de masas ya podían meterse a panaderos. Y tampoco pasa nada por no bañarse. El famoso Rey Sol, Luis XIV, sólo se bañó en su vida dos veces, mal contadas, y mira. Aunque llevan razón en que la reforma laboral puede ser anticonstitucional –como la reforma política lo fue respecto de los Principios Fundamentales franquistas, aprobados también por las Cortes–. La Carta (para algunos; los demás vamos de menú) es socialdemócrata y por tanto inmovilista. Y que los ajustes y apretones del PP nos van a poner a parir, no es una novedad. En la obra del médico danés Bartholino, De insolitis partus humani viis, de 1664, ya se narra la expulsión por la boca de un bebé por una sirvienta española. Y después lo tendría que criar, claro. La duda está en qué hacer, que dijo Lenin. Porque de primeras te dan ganas de sindicarte y liarla. Pero al rato, a la que piden negociar algunos horrores de la reforma (ahora, repito), y los reformistas contestar que nada de esto fue un horror, ya no sabes si quedarte a ver si los ajustes tendrán efecto o serán más inútiles que las instrucciones de seguridad de un avión, o salir corriendo. Pues más que una duda hamletiana lo que tenemos es una tástana en el canal sur, que más que entre la espada del miedo metido por unos y la pared del cuento chino permanente de la historia de superación contada por otros, lo que estamos es jiñados. Y ése sí que es nuestro problema.

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