Un valor añadido de las películas de Eastwood que ha acabado
por hacerlo imprescindible, es que desde hace casi una veintena –lo mismo que
ha tardado en protagonizar una sin dirigirla (la última fue en el 93, En la
línea de fuego)– su
perspectiva como cineasta, es decir, como protagonista, director, productor,
etc es la de un viejo. Que es lo que es.
Algo que quiere decir mucho, no ya en un cine americano empeñado en generar regresiones al público más maduro (al otro no es preciso), y en alejar de las salas a cualquier coeficiente intelectual de tres dígitos; también en el cine y en la cultura de masas en general, que en las sociedades más desarrolladas se caracteriza por denostar y negar la vejez (hasta negarse uno mismo cuando llega), desacreditarla como decrépita e inútil, pasarse por el forro la experiencia, dar carpetazo por innecesario lo que no es rabiosamente joven y volver efímero y sin valor lo duradero. Es la norma capitalista más rabiosa de actualidad, que asegura a todos quince segundos de gloria, pero no más.
Algo que quiere decir mucho, no ya en un cine americano empeñado en generar regresiones al público más maduro (al otro no es preciso), y en alejar de las salas a cualquier coeficiente intelectual de tres dígitos; también en el cine y en la cultura de masas en general, que en las sociedades más desarrolladas se caracteriza por denostar y negar la vejez (hasta negarse uno mismo cuando llega), desacreditarla como decrépita e inútil, pasarse por el forro la experiencia, dar carpetazo por innecesario lo que no es rabiosamente joven y volver efímero y sin valor lo duradero. Es la norma capitalista más rabiosa de actualidad, que asegura a todos quince segundos de gloria, pero no más.
En estas circunstancias, aguantar sesenta años en el
disparadero (nunca mejor dicho de Clint) es una barbaridad por la cual muchos
deben odiarle, pese a tener una media histórica de recaudación de más de 30
millones de dólares por película. Pues aún así, todos los días miles de
enterados le dicen que se retire. Porque, ¿qué es eso de hacer películas de
viejos, esa cosa tan antisistema?
Cuando él, encima, no lo es. Todo lo más, un tocapelotas con dinero. Un artista con suficiente capital y la bastante lucidez de arriesgarlo para sacar tajada sacando los colores al sistema, además de tocarle las pelotas a los que quizá se las tocaron a él –y aún se las tocan, seguro, pues nunca desaparecen–.
Cuando él, encima, no lo es. Todo lo más, un tocapelotas con dinero. Un artista con suficiente capital y la bastante lucidez de arriesgarlo para sacar tajada sacando los colores al sistema, además de tocarle las pelotas a los que quizá se las tocaron a él –y aún se las tocan, seguro, pues nunca desaparecen–.
Porque de pelotas va la cosa. Al menos la
última, esa Problemas con la curva, título con segundas, al ligar con la segunda historia solapada
en la cinta, que lleva la chica, y que en español, como casi siempre, se ha
maltitulado Golpe de efecto, a la deportiva, en referencia al efecto con que se lanzan bolas,
balones, pelotas y otras esferas.
Porque Golpe de efecto, o Problemas con la curva, como se quiera (que además es un
chiste, pues el protagonista se la pega en las curvas al volante), es una
película de, para, con, contra, desde, sobre y otras preposiciones acerca de lo
viejo.
Y de lo nuevo.
Y no es que Clint se haya hecho maoísta. Es que esa contraposición dialéctica, viejo-nuevo, además de una americanada típica y tópica, existe, aunque no lo parezca, y sigue moviendo el mundo.
Y de lo nuevo.
Y no es que Clint se haya hecho maoísta. Es que esa contraposición dialéctica, viejo-nuevo, además de una americanada típica y tópica, existe, aunque no lo parezca, y sigue moviendo el mundo.
Y lo que el francotirador borde que es Eastwood desde hace
tiempo, nos propone –porque es él, con una película a su estilo, que produce y
apadrina–, con esta película baratísima, hecha en una pista de entrenamiento,
una oficina, un bar y un motel, con actores secundarios –las figuras ya han
desaparecido– de toda la vida, tan viejos como él y desconocidos ya por
desfigurados por la edad, alguno de los cuales ni siquiera habla, a lo mejor
por no poder…, a ratos desde lo reaccionario, como es vejando lo joven e
inexperto (o directamente tonto), y a ratos desde la autocrítica del colapso de
la vejez, es nada más y nada menos que la síntesis de compromiso de mantenerse al pie del cañón, y aceptar,
aunque sea a regañadientes, las propias limitaciones y reciclarse en la medida
de lo posible en lo nuevo.
Un mensaje, más bien protésico, pero que niega la
rendición, el abandono, claudicar. Si no ves, con el oído; si no oyes, con el
olfato, y si no, con la propia piel. Nada revolucionario. Y muy americano todo,
con la vida como paradigma de la competición, y ésta como metáfora de toda una
sociedad. Un cuento, sí. Pero que muy bien podríamos aplicarnos por acá, que buena falta hace. Además de aprender a hacer películas baratas y potables.
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