Es la última moda en cuanto a soluciones sociales esotéricas, la gran
terapia colectiva: la catarsis. O sea, purificación, limpieza, la purga de
Benito. El remedio para todos los males propuesto por los curanderos on line
del momento. España necesita una catarsis, dicen; así, como quien dice “el niño
necesita calzoncillos nuevos”.
No se dan cuenta de que ya estamos en ella de pleno. De hecho, ya estamos hasta las narices de catarsis. O lo que aquí se entiende por eso, que es purgar los pecados como garraputas, pero no los que los hayan cometido, sino todos los demás, el animalario completo (con su animalmario), pues aquí nadie es inocente, y algo habremos hecho, que diría un buen maniqueo.
No se dan cuenta de que ya estamos en ella de pleno. De hecho, ya estamos hasta las narices de catarsis. O lo que aquí se entiende por eso, que es purgar los pecados como garraputas, pero no los que los hayan cometido, sino todos los demás, el animalario completo (con su animalmario), pues aquí nadie es inocente, y algo habremos hecho, que diría un buen maniqueo.
Una catarsis, no a la griega (antigua, no actual), que ante la
visión de la obra de arte, te limpiabas como con netol. Ahora, si tienes una,
aunque sea de Barnés, o un mechero o un apechusque de la feria medieval, te la
limpian, o te pide algo Hacienda. Y eso que algunas limpias que vienen
contándonos son verdaderas obras de arte. Pero no. Nuestra catarsis consiste en
rebajarnos todos a una, como buena sociedad ovejuna, a restregarnos en el
fango, a regodearnos con las miserias y rebozarnos en la mierda, luchando entre
nosotros como esas peleas en el lodo de la tele de madrugada. Un juego,
comparado con la riña de patio de vecindad o de lupanar que más bien es esto,
arrojándose todo el mundo las vergüenzas y diciéndose de todo menos guapo, lo
más parecido a esa mala sangre que las mafias se sacan cada equis para
depurarse y quedarse tranquilos por un tiempo, eximiendo, eso sí, a los
pastores, impecables para que puedan elaborar el barro en el que nos
revolcaremos mañana.
¡Ay, cómo me veo por mi poca cabeza! |
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