jueves, 16 de mayo de 2013

Catalunya triunfant


El gran problema de los catalanes para independizarse es que piensan todavía en pesetas. Que aún están bajo lo que podríamos llamar síndrome de la pela, que es como ellos piensan en la guita que, como a todos, les gusta más que a los perros los picatostes.
Algo así como un complejo de Edipo pero en flojo, dispuestos siempre a matar al padre, pero no a hacérselo con la madre, sino con Susana Griso, pues nadie dijo que fueran idiotas, y esa es la madre de todas las batallas, que no se atreven a salir de casa sin tarjeta de empresa, por si no encuentran ningún tonto que les pague el taxi. Que es como llevarse a la playa el frotador, o sea alquien que te dé crema. Lo cual es un imperialismo como otro cualquiera, como el mismo nacionalismo, por ejemplo –en realidad todo lo que no sea viajar en metro, lo es–. Aunque para imperialismo, los toros, o la Cibeles, con hinchas del Madriz, el colmo del imperio.
Y no es que, cuanto más pequeño el mundo, sea más pertinente ser pequeño patriota, pequeño burgués o pequeño gran hombre. O esa otra tontería de que donde se ponga una cabeza de ratón, que se quite una cola de león a estas horas llena de moscas. O ya puestos, los más desapegados dicen que, habiendo un mundo global ahí fuera, qué necesidad hay de lidiar con tales contrarios domésticos tan hirsutos. No. Todo eso son decires. Siendo ahí precisamente donde radica la gran contradicción separatista, ese afán indomeñable por llevarse la liga a toda costa, pudiendo disputar la Champions (que siempre se disfruta menos que lo otro).
Porque es España la que les da la oportunidad de identificarse a su contra (y además lo paga a escote), y les hace de sparring para declararse a la vez antipatriotas y patriotas de si mísmos, algo que, además de un garabato neuronal digno de Freud y Lacan juntos, a un tris del ictus, es fundamental en un buen nacionalista y tal. Sólo que eso es lo que da también carta de naturaleza propia a aquello que proscriben como foráneo, al hacerlo cosa suya, y la repulsión que ello suscita recae sobre sí mismos. Una purga de Benito, gratis pero cara, en laxatil para el sujeto y en pesetas para los demás, que es lo de menos al tratarse de alguien que es como de la familia.
Y es que en realidad son casi de los nuestros. De hecho, al mediocre, tradicionalista y de las Jons lema cañí del “como en casa en ningún sitio”, lo que oponen es la otra cara de la misma moneda, inventada por cierto por otro gran castizo protoespañol, rojillo por más señas, que fue el actor Antonio Gamero, el otrosí celebérrimo slogan a la contra de “como fuera de casa, en ningún lado.
Y digo yo. Con una actitud así de unamunesca, despectiva del hogar común –en cuyas entretetelas cualquier psiconalista del montón vería cierta morriña–, ansiosa de exterior (de boquilla) y tan bonitamente fratricida, con ese eterno reñir así, que más parece sacado del fandango Pelea en broma, de Dolores Abril y Juanito Valderrama, que de Duelo a garrotazos de Goya, ¿no se se van a aburrir por ahí sin tener con quien reñir? Con lo bonito que es, como cantaba Camarón, “me gusta reñir contigo, porque aluego hago las paces”. Y sobre todo, celebrarlo después. A gastos pagados, por supuesto. 

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