Las
putas han vuelto de la mano, es un decir, de los Cabrones. O más bien de su pluma, pues es un manifiesto, conocido
en francés como de los susodichos, el que, en el más puro jacobinismo galo, las
reivindica contra la hipocresía (y el feminismo de falsete) como un bien
social. Una provocadora boutade digna
de enrobinados burguesetes monjiacamastrados, pero que indica el calentón que
padece (es un decir) o por el que atraviesa (otro) el occidente más
desembragado. El último grito, para unos de gozo y para otras de dolor, del
proceso en marcha que primero desveló el sexo, luego lo despenalizó, más tarde
lo despecaminizó, al final lo hizo lúdico y ahora lo quiere convertir en deporte
obligado, incluso para viejos, a la vista del tai chi que muchos se traen con
él, sea a lo vivo o (los más) en Internet, consumiendo tal cantidad de clips, y
tan cerca de la pantalla, que los van a tener que operar de la retina, de algún
cipotazo. Cosas de la erectrónica, más viciosa que virtual.
Y que son los mismos que corean a los políticos más chotones cuando prohiben el putiferio callejero, o cuando animan con sus cursillos de redención (a cuenta de los impuestos) a sus aficionados más arquetiparracos para que vuelvan al buen camino; o que aplauden como emprendedor al que pone un prostíbulo, y a la vez denigran como emperdedora a la belle de nuit, o la pecaria que se establece como autónoma, aunque sea en negro. Como reza el dicho: de día no veo y de noche me expulgo.
Y que son los mismos que corean a los políticos más chotones cuando prohiben el putiferio callejero, o cuando animan con sus cursillos de redención (a cuenta de los impuestos) a sus aficionados más arquetiparracos para que vuelvan al buen camino; o que aplauden como emprendedor al que pone un prostíbulo, y a la vez denigran como emperdedora a la belle de nuit, o la pecaria que se establece como autónoma, aunque sea en negro. Como reza el dicho: de día no veo y de noche me expulgo.

Aceptado pues como valor de uso, porqué no hacerlo capitalista de una vez y darle un valor de cambio (o de mercado) como otra mercancía. Al fin y al cabo es lo que somos: un doble fetichismo, el de nuestro cuerpo y lo que representa. Una filosofía agravada con otra, la de los que no lo aceptan y lo combaten. Vale. Solo que, mientras llega la liberación, o el mercado, el coste (como el costo) siempre sale caro. Y, oye, estamos en crisis.
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