Como todo el mundo se teme que no haya
más eternidad que la de aquí (como Jordi Hurtado podría constatar), el sueño
eterno de mucha gente es convertirse en santo en esta vida, por lo civil y sin
más beatificación previa que postularse para ello por el morro.
Y como muy pocos pueden comprarse una vida ejemplar elaborada desde fuera por los demás, la mayoría de aspirantes tienen que recurrir a hacerse su propia hagiografía, por lo pobre, y hacerse a sí mismos santos.
Y como muy pocos pueden comprarse una vida ejemplar elaborada desde fuera por los demás, la mayoría de aspirantes tienen que recurrir a hacerse su propia hagiografía, por lo pobre, y hacerse a sí mismos santos.
Como garantía, estos emprendedores
suelen esperar a que desaparezcan los testigos. Pero como cada vez hay más hambre
de santoral, y como a partir de cierta edad ésta se cuenta en veranos (que te
faltan, como tontaco potencial), contrariamente a la juventud, contada por
abriles, ves a recién llegados a esa antesala del olvido de las clases pasivas
o arrumbadas, locos por salir del anodinato, adoptar esa impostura –quizás la
más veraniega de las recreaciones– de rehacer su historia transformándola.
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Ser o no ser... lo que se es o se fue. Esa es la cuestión. |
Así pues, es como esas películas editadas
–pues esa es otra: el delirio por el papel impreso para que conste– muchos años
después de otra manera a cómo fueron, como “el montaje del director”, la
auténtica y no tergiversada. Y el títere que llevan es trascender, pues si la tontería
puede ser trascendente,
como el célebre peinado peek-a-boo-bang de Verónica Lake, ¿porqué no una vida
al borde del anonimato?, bajo la cual siempre subyace el miedo, la sospecha de ser
una sombra deletérea en tránsito.
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Herramienta ideal para borrar el pasado y corregirlo a voluntad. Y barata. |
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