jueves, 2 de octubre de 2014

Lo peor


Lo peor no es que esto sea una fábrica de chorizos, crápulas, tironeros de pro, timadores, traficantes de sueños, castas casposas y de Armani, ordeñapresupuestos, aforrados, putiferiados electos, delincuentes por libre o en germanía, falsarios, diezporcientistas, un sitio, en fin, donde el cohecho, extorsión, malversación, fraude, mordida o prevaricación son ya palabras menores por ser desayuno cotidiano, y pecata minuta al lado de otros males mayúsculos presagiados que las dejan en mantillas. O que sea este el sitio donde más (y mejor) viven de la injuria los calumniadores, del mérito y capacidad los chollistas y lameculos, de la infamia los mentirosos y de la deshonra los proxenetas. Todos a golpe de pecho y, por supuesto, merecidamente por grandes trabajadores. 
Primer mandamiento de la sociedad basura o del malestar:
Que cada uno se lo lleve como pueda. Y el que venga detrás,
que arree.
Un sitio, por las mismas, donde menos se puede vivir del esfuerzo y de lo tenido erróneamente por honrado. Donde lo más grave ya es ser pobre, por lo que implica de sobra de vergüenza… o de fracaso en el hampa, que es peor. Y aun así, eso no es lo peor. Ni que ello comporte haber mandado al carajo los principios, los valores y las cuatro cosas intocables que nadie se puede saltar para que esto no salte; o que se haya pervertido la ley, amañado el derecho, embanastado a la justicia, dinamitado todo el sistema punitivo para que solo se pague selectivamente, detalle que agradecerán los funcionarios de prisiones, que así no van al  paro. 
Todo eso no es nada comparado con el daño causado en gran parte de los damnificados. No en sus bolsillos, en sus familias o en sus vidas. Pues lo peor es el cambio radical de ver el mundo, de percibir la realidad que la caída de la venda ha provocado en todos aquellos que iban por lo legal y pensaban que todo eso, o no era de aquí, o estaba superado; que esto era una sociedad y no un estercolero. Gente que se había ido civilizando y habían empezado a compaginar egoísmo y bien común. Y que ahora está más convencida que nunca de que el crimen no paga y lo mejor es ser uno de ellos y no un gilipollas. Gente deseando sumarse, díganlo o no, al vertedero para disputar un huesecillo, deseando resarcirse a bocados de tanto tiempo como estuvieron ciegos. Los conversos del mal. Y sí, siempre quedaremos algunos justos, pero –como dijo aquel exministro franquista– no sabemos quienes.

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