miércoles, 19 de noviembre de 2014

cinematontunas: Relación relativa


Hace muchos años, aunque lo de muchos sea un decir, nos pilongueábamos enfurruñados del lenguaje empleado en los doblajes de la tele. Aquel mundo miserable aspirante al progreso acababa de vestir el chospe con el aparato y todos los ciernepedos que habitábamos el universo de brasero de picón pensábamos que el idioma portorriqueño no era el nuestro, o lo era menos que el de muchos allegados cenutrios que aún seguían diciendo celómeno.
Todo un fenómeno. Y no sólo eso: el ‘spanglis’ de salsa creativa y recreativa tan sabrosona con que nos obsequiaban era poco menos que anatema.
Pero en realidad, lo que aquella gente trataba de hacer era adaptar lo mejor posible el lenguaje televisivo a una lengua más allá del habla formal, o sea a la lengua real. Sólo que nos chocaba tanto que no la creíamos nuestra, quizás de olvidada que la teníamos, pues en nuestra modernidad de nevera –que aún no frigorífico– éramos como el que prospera y arrumba a la vieja familia, no reconociéndola a vuelta de tiempo. Lo contrario precisamente de lo que ahora sucede, que al adaptar los telefilmes aquí mismo, no tenemos rubor alguno de adoptar, por ejemplo, el leísmo  como norma general de las empresas madrileñas de doblaje. Una norma cortesana que, bien medrada en el complejo de paletos y escasa ilustración que es la audiencia de medio pelo lingüístico, no es considerada una mala influencia, como entonces, porque ¡es lo nuestro! (¡).
Así, lo (mal) reelaborado desde dentro, desde lo que creemos nuestra aníma más moderna –aunque no sean más que pobres, malas o falsas adquisiciones–, no introduce sino lo más viperino en nuestra lengua. Y de su mano, o boca, y por vía juvenil, haciéndonos lenguas, decimos ya ‘tener una relación’, así, en singular, en vez de lo que siempre fue tener relaciones. Claro que antes, raramente alguien tenía una relación, como no fuera en una casa de lenocinio.
Lo que quiero decir es que las relaciones, incluso con una persona determinada, siempre han sido plurales, y a menudo embarulladas con otras que dan forma a un mundo, que ahora es más promiscuo.
Evidentemente, la cosa va más allá de la moda de hablar a la americana, que en inglés tienen su relation para referirlo. Una típica translación gandula, como sucede con otras palabras de esa raíz, como relatives, aquí parentela, y que tantas veces se traduce por relativos a; o, para un mejor decir, relacionados. Y aunque no les falte razón a los adaptadores, pues aquí esos familiares podrían denominarse así, relativos o de complemento directo, que no deja de ser trastocante.
Pero claro, si este tipo de ‘relaciones’ se anda imponiendo, igual es porque la idiosincrasia y el ambiente le son favorables. Es decir, que esta forma de hablar cuadra más al usuario con el concepto que quiere expresar en un ámbito determinado. Así, parece más propio llamar ‘relación’ a las relaciones que tienden a ser obligatoriamente esporádicas en un mundo más dominado por la sensación y lo efímero, y donde la forma de vida impone un modo secuencial a la forma de mantener esas relaciones de todo tipo, una detrás de otra, sin amontonarse, sin mezclas, higiénicas, y con la garantía propia de un manipulador de alimentos, si es preciso, que luego las manos van al pan.
Con lo cual, pues estará muy mal dicho pero es evidente que se sabe lo que se dice. Lo que nos devuelve a la vieja polémica de quién tiene más fuerza, si la Real Academia o la tele, esas dos Españas. Aunque, la verdad, cuando los zánganos dicen eso de “mantengo una relación con fulano/a”, particularmente considero que o dura y dura y dura…, o no sé cómo se conforman con una. Si lo bueno que tiene esto es que sean a pares, como los donuts. Perdón; rosquillas.


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