El cambio climático se acelera, y no es
porque los chinos quemen carbón para huir de la quema; o las vacas indias, sin nada
más que hacer que peerse y echarse follos, emitan gases; o por los propios
indios, más que vacas y nutridos a base de lentejas y garbanzos con curri (curriculum
pedorro por antonomasia); ni siquiera tanta pedorra suelta y sin embargo
estreñida de no comer como dios manda.
Lo que lo cambia a marchas forzadas es la carrera desaforada hacia el cuerpo perfecto
desatada en el orbe mundial, con todo quisque aspirando a convertirse en modelitos, y no por un dictado de la moda, que no es causa sino un efecto colateral del origen real, la madre del cordero, que es esa
fiebre en, de, para y por el cuerpo, al que hay que llevar a cuerpo precisamente (de donde la fiebre),
como la moda misma manda, esta vez sí, proponiendo cada vez más unos estilos en los que la ropa apenas cubra poco más que las vergüenzas, algo innecesario por inexistente, y casi nada el cuerpo, lo que es ley enseñar, con el consiguiente calentamiento de
cascos de los sujetos presenciales, y por ende de la casquería, cavernosa o no, y, ya puestos, de todo el organismo, que en sí es una caverna.
Y más calor,
y más fiebre, claro, en sábado noche y a
toda hora, con el efecto pirético general que no hay febrífugo que valga salvo
darse a la fuga con fiebre y todo, a externalizar el ánimo en el asorrate general, a la calorina sempiterna a que el homo
burbuja (y señora) aspira y desea, y que hace fuerza por crear: la gran burbuja, un mundo réplica de la propia casa, para poder ir en
pelota (que es mentira ahora que cuesta un potosí caldearlas) y poder quedarse en
camiseta al quitarse el abrigo, para mostrarse en toda su corporeidad, como el exhibicionista al abrirse de capote o
gabardina. Y sobre todo que le enciendan la calefacción (¿), que hace frío y no llevo ropa. Aunque sea mucha la disponible en los armarios, y que es
lo que manda el frío, o mandaba. Solo que ésta ha quedado ya como mero signo de estatus, o para revestir esos armarios, que algo es algo.
Y es que afuera todo esté muy caliente. De ahí la crisis de los
viejas profesiones antipirolíticas. Las del enfriamiento. Así, un conocido lupanar local, o serrallo
de carretera (o casa de rutas), se anuncia ahora por los muros de mi patria chica, con un numerito lésbico
como estrella, pero con humor, o hamor. Risa caliente para el invierno.
Lo cual, aún así resulta más
inocuo para el calentamiento global que un desfile de Victoria’s Secret, a la
que han denunciado tres inglesas de Leeds (supongo que sin que la marca les
pague por hacerlo), por la mucha hipotermia que produce a un cuerpo femenino la
baja autoestima inculcada por tanta guapaseras perfecta y glamurosa como esa
marca exhibe de año en año como modelos a seguir, y que hace creerse una monstrua a cualquiera que se mire en su pasarela. Aunque el remedio esté claro y a mano: vestirse a lo cebolla. Cuando llegas a
la última capa, la lencería es lo que menos interesa.
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