jueves, 19 de febrero de 2015

La mariscá


Este (gran) país de mierda conserva intactos algunos de los estigmas más barrocos del fervor católico.
Si no, no se explica que un sindicalista no pueda engullir a lo pavo, en plan foca y a costa del erario sindical, tres cuartas de langostinos, dos cigalas como conejos, media de gambas y una de sepia. 
Lo mismo hacen los superchorizos (más numerosos hoy que perros descalzos) y nadie les echa cuentas, pues el marisco a ellos, como el valor en la mili, se les supone, y de hecho, para escandalizar, han tenido que echar mano de algo más que de percebes y carabineros para dejarlo todo lleno de porquería. Aunque en ello llevan su cruz, pues bastante tienen ya con no poder entrar en el reino de los cielos. Que se jodan. 
En cambio el pobre, o sea nuestro semejante, debe ser más honrado que la mujer del César, y además parecerlo, pues su único gozo posible es el del cielo, que no hay que hipotecar por un puñado de quisquilla. 
Y así, con esta idiosincrasia, se mide igual al carpanta que sacia el hambre de una sentada que al que se la hace pasar a los demás. Sin olvidar esa mentalidad trentina, aplicada de rentas medias hacia abajo, de que en una época tan negra y de duelo como esta, en la que tanta gente no puede comer lo que desea, lo que hay que hacer es ayunar, por compañerismo o como meritoriaje para irse cuanto antes al regazo divino. 
Ellos (los mariscadores de restaurante) dirán que una cosa es el materialismo dialéctico y otra el vulgar, al que también hay derecho, y que lo suyo no es ningún sociocaciquismo, ni cohecho o ni tan siquiera cohechinillo (que tampoco está mal), y que ejercen su actividad social (que no otra cosa es comer a revientapellejo) a la española, colectivamente, y con precios de grupo, oye, con lo que hacen patria y levantan la hostelería, aunque ellos no puedan hacerlo después. Todo un sacrificio. 
Por eso no pueden entender que se pueda pecar más por comer marisco que si te hinchas de chorizos. Como laicos de bar ignoran que ya estamos en cuaresma y con la ceniza del miércoles de sardina en la frente queda feo lo del triperío. Aunque, puestos a ser de izquierda y para subvertir el orden, qué mejor que el marisco de gorrinera, que aunque no sea pescado es más pecado y sobre todo transgresor y revolucionario (pues según Marañón había salvado más vidas que la penicilina), e ir dejando el de Carril, Huelva, Vinaroz, Sanlúcar y otros puntos negros del ácido úrico para los meapilas. Aunque mucho me temo que una cosa es ser sindicalista y otra gilipollas, y va a ser que no.

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