Este
(gran) país de mierda conserva intactos algunos de los estigmas más barrocos
del fervor católico.
Si no, no se explica que un sindicalista no pueda engullir a lo pavo, en plan foca y a costa del erario sindical, tres cuartas de langostinos, dos cigalas como conejos, media de gambas y una de sepia.
Si no, no se explica que un sindicalista no pueda engullir a lo pavo, en plan foca y a costa del erario sindical, tres cuartas de langostinos, dos cigalas como conejos, media de gambas y una de sepia.
Lo mismo
hacen los superchorizos (más numerosos hoy que perros descalzos) y nadie
les echa cuentas, pues el marisco a ellos, como el valor en la mili, se les
supone, y de hecho, para escandalizar, han tenido que echar mano de algo más
que de percebes y carabineros para dejarlo todo lleno de porquería. Aunque en
ello llevan su cruz, pues bastante tienen ya con no poder entrar en el reino de
los cielos. Que se jodan.
En cambio el pobre, o sea nuestro semejante, debe ser
más honrado que la mujer del César, y además parecerlo, pues su único gozo
posible es el del cielo, que no hay que hipotecar por un puñado de quisquilla.
Y
así, con esta idiosincrasia, se mide igual al carpanta que sacia el hambre de
una sentada que al que se la hace pasar a los demás. Sin olvidar esa mentalidad
trentina, aplicada de rentas medias hacia abajo, de que en una época tan negra
y de duelo como esta, en la que tanta gente no puede comer lo que desea, lo que
hay que hacer es ayunar, por compañerismo o como meritoriaje para irse cuanto
antes al regazo divino.
Ellos (los mariscadores de restaurante) dirán que una
cosa es el materialismo dialéctico y otra el vulgar, al que también hay derecho,
y que lo suyo no es ningún sociocaciquismo, ni cohecho o ni tan siquiera
cohechinillo (que tampoco está mal), y que ejercen su actividad social (que no
otra cosa es comer a revientapellejo) a la española, colectivamente, y con
precios de grupo, oye, con lo que hacen patria y levantan la hostelería, aunque
ellos no puedan hacerlo después. Todo un sacrificio.
Por eso no pueden entender
que se pueda pecar más por comer marisco que si te hinchas de chorizos. Como
laicos de bar ignoran que ya estamos en cuaresma y con la ceniza del miércoles
de sardina en la frente queda feo lo del triperío. Aunque, puestos a ser de
izquierda y para subvertir el orden, qué mejor que el marisco de gorrinera, que aunque no sea pescado es
más pecado y sobre todo transgresor y revolucionario (pues según Marañón había salvado más vidas que la penicilina), e ir dejando el de Carril, Huelva, Vinaroz, Sanlúcar y otros puntos negros del ácido úrico para los meapilas. Aunque mucho
me temo que una cosa es ser sindicalista y otra gilipollas, y va a ser que no.
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