lunes, 6 de abril de 2015

Parábola de Cuaresma

Hallábase un día el Profeta tirándose el moco con una muchedumbre de víctimas de la operación retorno de Semana Santa, aherrojados en un atasco de autopista, y aprovechando que no podían huir fue a por ellos con la siguiente parábola:
 “Había una vez un gorrinero que al fin encontró la primala de sus sueños. Para vuestros oídos diré que así es como en ganadería se denomina a una gorrina primeriza. De tan buena traza que su compendio de cualidades tal parecía dar cita en ella, cual asamblea democrática, a lo mejor de cada casa: el Pietrain, o petrel, de sus perniles rivalizaba con su entreverada panceta Landrace, landraz en jerga gorrinera; y el costillar sajón con la espaldilla inglesa, y su fertilidad tipo York..., para qué las prisas.”
Todos paralizados de atención, pensando en el jamoncete, los chorizos, el fin de la vigilia de cuaresma, en medio del desasosiego de la destemplada intemperie.
“Ya os digo, todo un animal de consenso con el que asegurar un porvenir sólo anublado por los dos tipos de aguafiestas que todo criador pudiera detestar: los desencantados y un amo loco. El desencanto, por lo argucioso y antojadizo de su elaboración, que dejaba con el culo al aire un encantamiento que, a la vista de los resultados, no tenía más objeto que la consiguiente desilusión, una pose para otra pose que, cual huevo hilado, hacía madeja en la pura y dura medranza, para enojo de ingenuos y regocijo de ladinos. Pero hete aquí que el gorrinero los tenía calados; yo no sé si es que sería veterinario, o psicosociólogo o qué.” –Risas entre el público–.
“…Y en cuanto al amor, era preciso vigilarla, como a cualquier primala, porque lo mismo se torcía encaprichándose de un galán de diseño de Pininfarina con menos redoma que un efebo de Miguel Ángel, como que le diera el tufo de un verraco con las cerdas como punchas que la baldase. Y decidido a reemprender el futuro con la primala, a la creación de una nueva raza que garantizase una herencia panorámica, en cuanto la vio en amor se le ocurrió, porque le sonaba de la tele, hacer un tanteo, lo que los locutores llamaban unas primarias.” ­–Y todos expectantes ya–.
“Y yéndose con ella de camino, atizándola con una vara de avellano en hocico, hijares y orejas, según convenía, y enderezándole el ansia que ante la husmeada cercanía de su final feliz destilaba babeante por entre los colmillos, la acareó hasta un lodazal de celo tal, al que varios machos menos seleccionados que el combinado de Del Bosque habíanse agazapado, arrojados a él con tal brío, que al sere separados a patadas, lo que era ya preñada, la cerda ya lo estaba, ya que los amigos no habían leído a López Ibor y habían ido al grano, que fue lo que a la par de lo otro, comenzó a crecerle del berrinche al gorrinero, el cual, en virtud de la incertidumbre de la semilla puesta en la coyunda, puso en venta a la cochina con el siguiente cartel: Primala de primera con las primarias hechas”.
Los domingueros aguardaban entre un bullicio de suegras y chiquillos un desenlace, un algo de aquello que parecía un anuncio de algún consumible, pero que no lo era, convencidos de que el Maestro revelaría finalmente algo útil para la declaración de la renta o tal, un mando a distancia moral o un libro de instrucciones de la esperanza, o incluso una degustación de ibérico, hasta que uno dijo: “!Bueno, y la gorrina qué!”.
A lo que el Maestro contestó: ”Estar atentos y no os desconectéis porque la gorrina es el tiempo que ha de venir. ¿Pero no véis que es una parábola, so cáusticos?”.
A lo que otro replicó: “Vale, tío, pero tú eres una mierda de animador de autopista. Para eso, ya teníamos al toro de osborne! Menudo parabólico, que no echa ni fúrbol ni ná!”.

“No, si este es del Barça, ya verás”, dijo otro mientras la multitud se dispersaba insatisfecha, no sin antes recoger firmas para que lo pusieran de patitas en la calle, con la siguiente retrónica: ”Joer, siempre igual. Todos los domingos a esta hora, el Evangelio según san Pablo...”. “Sí. Para esto, mejor un guardia de tráfico, ¿no?”. “O  mejor aún, un guarda jurao”. “Pues eso”.

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