jueves, 2 de abril de 2015

La clientela

No sé si la juez que ha dictado que los cursos de formación andaluces iban dirigidos a construir una red clientelar, está recuperándose en algún balneario, quebrada del esfuerzo.
O si se trata de un auto humoris causa. Otro a añadir a la retahíla de estipendios y la mojiganga política sin fin. Aunque sospecho que esto que parece de Perogrullo o simple chiste malo solo es enunciación de la ley, y lo que nos choca es que algo tan normalizado como apropiarse de lo público, resulta que es ilegal y nadie se atrevía a denunciarlo… desde la justicia. 
Los políticos sí. Esos llevan acusándose mutuamente de corruptos desde que existen, arrojándose pruebas de sus pifias constantemente. Es lo que nos ayuda a seguir el hilo de por donde va la mierda. Aunque quien más quien menos ha tenido ocasión de sufrir (o beneficiarse) de esa corrupción made in piel de toro, esa que, si antes una ardilla podía cruzar sin tocar el suelo, de árbol en árbol, ahora, y pese a la deforestación, cualquiera puede hacerlo yendo de corrupto en corrupto. Y sin hacer pie.

Es nuestro DNI, el caciquismo decimonónico reciclado y agrupado en el estatalismo corporativo franquista, y que con el estado del bienestar universal posterior como gran excusa ha hecho obligatorio pertenecer o merodear (y más en época de gran necesidad) a alguna clientela si quieres algo, aunque sea que te dejen en paz –lo que algunos ufanos llaman tener relaciones o mano, y los más modernos, inteligencia emocional, feeling, llámese como se quiera a pasar por el aro–. 
Es lo nuestro, y además gusta. Si no, no se explican esos regímenes regionales longevos tan dados al bonopoly (en nuestro caso con bonocimientos, que aún duran). Ni esa nueva servidumbre a que ha dado lugar. Ni que se premie la corrupción a poco que se reparta un mínimo dividendo, como se demuestra con los sindicatos y ciertos políticos. 
Hablar pues de clientelismo es una redundancia del sistema, por ser endémico del mismo. Es nuestra enfermedad. Solo que, con la bolsa menguante, cada vez es más difícil fidelizar la clientela, y el cabreo hace que parezca que a los no agraciados en la última pedrea la casta de repuesto les guste virgen y honrada. Pero es mentira. El hombre pobre siempre está en tierra ajena. Y no es que no le guste la mierda, sino que no le toque nada en su reparto.

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