viernes, 11 de septiembre de 2015

Alergia


Los franceses, como suelen, han sentado un mal precedente dando a una mujer una paga de 500 talibanes por ser alérgica al wi-fi, lo cual, mucho peor, le obliga a vivir en el campo.
Que si es así, es para eso y más, y no hacerlo sería un agravio comparativo con los inmigrantes sirios, y no es por molestar, que no quieren ser confinados en el campo y se les instala en ciudades para que puedan practicar el inglés e integrarse. 
Y esta pobre mujer, que lo mismo solo practica el francés, está obligada, por su desgracia, a hacerlo en el agro, que es ese lugar sin taxis y lleno de animales vivos y polvo. Más alergias. Que son una epidemia y cada vez más esotéricas, pero reales, por lo que somatizan, que no es cosa de matiz sino que se te incorporan. Lo cual produce una gran injusticia, de reparación todavía no contemplada por Bruselas o la Merkel con alguna alemanada de las suyas. 
Así, y sin salir del tema migratorio, los miles de mis paisanos con verdadera alergia a la Feria, que han de huir durante días a Benidorm o Estambul, o a un crucero, por temor a perder su hacienda o su vida, jugándosela viajando. Mientras los más desfavorecidos han de quedarse en su parcela campestre, allí, aherrojados en espera de poder volver a la grillera y vivir mal pero solo lo normal. Y a nadie se le ocurre desagraviarlos, ni con una charanga que desfile por la urbanización a ritmo de Mi gran noche o El chiringuito; al contrario, son considerados traidores, objeto de la incomprensión más absoluta. Y ahí viven, temblando con que tenga éxito la propuesta de aumentar el periodo de feria a dos fines de semana, que es como hosteleros y partidos emergentes y alternativos piensan que podemos salir de la crisis, algo que sería insoportable. Salir de la crisis, digo. 
Porque sin crisis no puedes saber a qué eres alérgico. Lo cual es esencial. Yo, para no ir más lejos, tuve una época en que a las 22,55 estornudaba invariablemente. Y por poco salgo loco para averiguarlo. A los tres meses o así, una noche me puse a zapear sin pararme a ver nada y así, a lo tonto, se me pasó el momento del estornudo. Por lo visto, mi punto flaco hertziano era asediado por las ondas de algún programa y el cuerpo reaccionaba diciéndome que era la hora de acostarme, por mi bien. Hombre, yo hubiera preferido 500 euros. Pero, y lo tranquilo que duermo sin ver Adán y Eva.

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