Septiembre es una rambla que arrastra nuestros sueños más
tórridos. Un retrete sin desperdicio para las lucubraciones morbosas y más
cárnicas ideadas a orillas de pieles aguanosas,
tan ribereñas que, con el secano, los humores dejan de ser yunques para plastificarse y volver a esa serenidad rugosa, plana e indecente, que genera la falsa melancolía, recuperando así el cincuenta por cien de nuestro ser, ya que el hombre, sobre todo en verano, es sólo la mitad más uno/a de sí mismo. El que puede. Y así, ya al cien por cien, volvemos a ser casi lo que éramos al partir: o sea, casi nada.
tan ribereñas que, con el secano, los humores dejan de ser yunques para plastificarse y volver a esa serenidad rugosa, plana e indecente, que genera la falsa melancolía, recuperando así el cincuenta por cien de nuestro ser, ya que el hombre, sobre todo en verano, es sólo la mitad más uno/a de sí mismo. El que puede. Y así, ya al cien por cien, volvemos a ser casi lo que éramos al partir: o sea, casi nada.
Septiembre, rey de las cloacas, es también un esmeril muy
fino, o una piedra pómez, que es un apellido zapatero y espumoso, que tiene la
cualidad de ir limando imperceptiblemente aquel propósito hecho callo en
nuestra desesperada conciencia genocida de reformarnos y mejorar nuestra virtud
siendo mejores; aquellas minúsculas ideas que como huevecillos de codorniz
agosteña nos dedicamos a empollar entre los desvelos de las siesta creyéndonos
lluecas de nuestro mejor destino. Y va y nos reconoce, septiembre, un ligue
fácil para el tabaco y la fraternidad, y desde su ligera pesadumbre nos aviva
esa lucidez sicodélica que nos impele a los estancos y a renunciar a la
organización no gubernamental que planeamos para nuestra bondad. Y quedamos,
inermes, otra vez, a Dios gracias, a expensas de la tuerca, porque así es como
lo quiere nuestra decrepitud.
Y en sus tiovivos paseará nuestros despojos de carne de
bailongo, poniéndolos a tender norias abajo; guiándonos la mano en pos del
último pelo, antes de que se nos pasen los ardores, mudando del revés los
intestinos de tasca en tasca, pues reventar, lo que se dice reventar, es
prodigio de pobres y en las últimas. Y eso es al fin y al cabo este septiembre.
Una traca final, un trailer de la postrimería y un mutis por el forro para
volver de flor cambiado en musgo. Que las lluvias también tienen derecho. Y los
mohos. Venga a nos, pues, septiembre, tu reino de fluidos, arrímese a nosotros
y haga masa antes de que nos cambien la hora y nos jodan por donde no es. Hazte
con nosotros y no nos perdones, que palos a gusto no duelen. Venga, que ya
somos tuyos, tus precipicios y nosotros. Pero, sobre todo, déjanos después
pudrirnos con aquellas hojas otoñales de Verlaine. Puede ser tan leve…
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