¿Es la Navidad políticamente correcta? No me refiero a si es
propio de estas fechas que los padres de la patria se acuerden del padre de
otros padres, o si es censurable el precio de las bocas que arrastran mi boca,
boca que me has arrastrado... y todo eso. No. Sencillamente me refiero a la
felicidad como suceso paranormal, a si ese espíritu navideño fraguado a golpe
de dulce viscosidad autocomplaciente tiene ingredientes políticamente
correctos.
Receloso como soy, cuando a la pregunta ¿eres feliz? alguien me dijera “no”, yo
diría “menos mal”, por considerarlo
signo de inteligencia. Aunque dé por hecho que en tamañas fechas poca gente me
lo precise, pues considero que el coyuntural contento viene inducido porque la gente
se lleva demasiado mal como para discutir, y todos prefieren ir de buenos, que,
como se sabe, es enenemigo de lo óptimo. Es por eso que es necesario hacerle
una resonancia al alma de ese goce de sobaquillo que se nos avecina, a riesgo
de quedar como un hombre llamado agorero, que también es prejuicio, pues no
descarto que haya en efecto mucha gente feliz, aunque, intransitivo, repito:
¿puede ser correcta tanta alegría?,
¿ha de ser la Navidad una época
feliz?
Evidentemente, las preguntas tienen truco con el que llevar
a si la felicidad se tiene y la alegría se promulga, queriendo decir con esto
que lo primero que hay que distinguir es si la Navidad es una fiesta y por
tanto promovida por el poder para exaltarse en la alegría, o es una simple
manifestación antropogénica de haber llegado un año más a eso que popularmente
se llama comerse el turrón, cosa que está claro es su origen primero pero que
no vamos a tal sino a si ello da para llegar al extremo de tenerse que comer
una tasa de cinco kilos de mantecados de vino blanco por el mero hecho de dártelos tu madre, un suponer, y por el
estilo.

Otro indicio de la fiesta, el ruido y el desorden, la bulla
como aportación de las clases populares, ha practicamente desaparecido. Del
cuerpo bullanguero y exabrúptico se ha pasado al cuerpo soporte de comunicación
burgués. No hay liberación sino lo que Alberoni denominó manifestación de
dominio e intelectualización, actuando, en su extralimitación, todo lo más
contra sí mismo por vía de las drogas, la exposición al sueño, al turrón de
chocolate. Lo cual demuestra la tesis de Freud de que el cuerpo es para los
individuos una de las fuentes esenciales de su desdicha, cercano al
sadomasoquismo del deporte, con el cual casi podría homologarse a la Navidad si
no fuera por su carencia de sensación mórbida, su instinto de muerte, el
impulso autodestructivo y agónico mediante la tecnología punta que la Navidad
hace del mazapán, sobre todo ahora que ninguna dentadura puede con el turrón
duro.
Por lo demás, el dominio de las relaciones con el cuerpo y
su representación, el carácter codificador de esas relaciones, la práctica
ideológica de las mismas, la competición como modo de expresión espectacular de
los cuerpos en acción y máquinas de rendimiento, y la jerarquización a la hora
de los regalos, las comilonas, los cotillones, todo es bastante deportivo.
Incluso los villancicos, que nos devuelven al origen del artículo, porque
¿puede un villáncico ser políticamente correcto? Los habrá, pero eso ya es otra
historia.
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