Lo del techo del
gasto surgió con las cenas navideñas de empresa, para integrar en esa
democratización por lo pobre del ‘un día es un día’ tanto a carpantas como a la
cofradía del codo, dando lugar así a esa institución inexorable que son los
langostinos, el surimi y el canapé de paté, el plato al centro (aunque sea de forro o tortilla, con cubo de botellines, todo a 15 €), además del garrafón y
la música ecléctica del baile morcillón final.
Pero si hay algo que se haya
hecho imprescindible para el éxito de esta ya tradición de última hora es el llamado kit de los 60,
aportado vía impuestos por la sanidad (y sospecho que clave también en la poca abstención electoral
a esa edad), que consiste en el famoso póker de pastillas, la del colesterol, la
tensión, el azúcar y la de dormir (canjeable en fechas señaladas por otra más azul)
con que tu médico de familia –ahora ya no son de cabecera, pues nunca te pillan acostado, aunque tú a ellos sí es posible–, pues eso, que te regala a la que rozas esa dichosa edad ‘de cuidarse’, unos antes que otros.
Sin ese kit no se puede salir, y que además, la fiesta perdería a la generación por excelencia
del ‘un día es un día’, el único por cierto que se celebra de noche.


Es la famosa
estabilidad política. O sea que ahora sí que hay que preocuparse. Porque estos, a la que ven un barbecho, lo dejan hecho cisco. Átense pues los
cinturones que vienen triunfales, y háganse nuevos agujeros para la hebilla.
Acabaremos necesitándolos. Que es por lo que, lo confieso, siempre he envidiado
a los italianos. Un país capaz de cargarse a un gobierno cada trece meses (lo
que tarda una burra en parir) nunca es un mal principio.
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