jueves, 20 de abril de 2017

Ponedoras


El PP es ya, no un partido, sino un problema de álgebra, algo cuántico más allá de teoremas, algoritmos y códigos binarios, cosa de peritos contables y solo resoluble por algún matemático indio nuevaolero. 
Atención si no a cómo ha dejado, a su paso por el poder, la relación de la proporcionalidad directa entre magnitudes, que, a más corrupción, más gente dispuesta a votarlo. A saber si por eso de que el cálculo sea una de nuestras asignaturas pendientes, si bien el último informe Pisa evacue que en realidad no se nos dan tan mal los números, y menos echar cuentas, en lo que desde el barroco somos expertos, aunque Shakespeare no nos echase las suyas (por animadversión inglesa) y señalara a Dinamarca como el vertedero de Europa, en vez de darnos un papelito y haber dicho “algo huele mal más allá del Pirineo”, pues en esa época existía ya la fauna que, a la que ve crecer la bolsa, la rapiña. 
Un biotipo de pobres, señoritos y señoritos pobres –mucho aparentar, pero me juego lo que sea a que Rato no se comió jamás un arroz con pollo como dios manda de pequeño– con hambre atrasada, de carne, cigalas, trajes, coches, estudios, para el que el maná del boom económico fue el paraíso prometido, el redondeo de la democratización total, también de la riqueza, si no por lo civil, por lo criminal. 
Por eso PP y Psoe son como el Yin y el Yan de España y tan buen reflejo de ésta. Y ahora llaman a declarar a Rajoy –ya se sabe: en esta vida hay que vencer, o morir. Y si sobrevives, te juzgarán por crímenes de guerra–. 
Dicen los suyos que es un exceso (el viejo dicho es que “Exceso de justicia, exceso de injusticia”), pero yo creo que es para que se luzca, y hacer subir más la bolsa (de votos). Cualquier país tiene sus podredumbres y sus estercoleros. Poco susto, pues. 
Pero ninguno dispone de tamaña cabaña aviar como el nuestro, un gran país de gallinas (él mismo es una de ellas) ciegas, tontucias y cacareantes, algunas incluso libres o veganas (solo de veg en cuando), pero sobre todo tan escarbadoras y refociladas con la mierda que se (y les, nos) echan encima. Y que oirán como el llover cuando de nuevo les digan aquello de que el arma se disparó accidentalmente (siete veces). Qué más da otra mentira, otra plasta. Lo importante es el estilo. Y que somos una gran nación. Aunque luego nos traten, como en la feria, con el viejo reclamo: ¡hay pollitas, ponedoras!

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