viernes, 7 de abril de 2017

Seriedad


Un día vas y te das cuenta de lo tonto que eres. Y es como un virus. Te empieza a hurgar, te remueve las sensaciones, los recuerdos, las certezas, hasta descubrir que eres un tonto lejano, desde hace mucho, un tonto antiguo (además de un viejo tonto).
Te deprimes y tal, pero si aún tienes tiempo te da para reírte, sobre todo de los que todavía se creen la hostia, y de admirar y terminar de aprender (“muriendo y aprendiendo”, dicen) de los listos de veras, que suelen ser aquellos que se supieron tontos ya de jóvenes. Aunque, si eres comunista, lo tienes más difícil. 
El comunismo es, quizá por ser la menos execrable, la única ideología que fabrica tontos reincidentes, recalcitrantes. La razón es sencilla: a base de pensarse la razón más fidedigna, casi infalible y papal, se convierte, con la fe, en religión (científica) de la razón, su perversión más aberrante, y de ahí sus herejes, sus purgas, sus excomuniones. Por eso es tan difícil cambiar. Como meditable ese dogma suyo de que quien deja de serlo es que no lo fue nunca. Que, por cierto, desautoriza lo de ‘quien no es comunista de joven no tiene corazón, y si lo es de viejo es que no tiene cabeza’, que más bien es al revés, pues qué es un viejo comunista (no los hay nuevos) sino alguien que en su corazón tiene aún a Marcuse en lugar de Bob Dylan o Manolo Escobar. Alguien que se ha tomado tan en serio la película que no ve su propia sucesión de cagadas. 
Lo expresa mejor Jiri Menzel, el cineasta checo, en una entrevista, asombrado de que los comunistas ni con el tiempo se den cuenta de todos sus errores. Y eso es por la seriedad que caracteriza a esa ideología y su práctica, pues la seriedad, según él, sirve para ser idiota sin remordimientos. Tontismos, tontolpijos, pero dignos y orgullosos. 
Y amarraos con fe, como en la rumba cubana, esos viejos escombros del naufragio histórico que teníamos casi olvidados, reaparecen a lomos de la nueva ola política, arrojados por la marea a nuestra vida cotidiana, laboral o social como una rescoldina, pasando la factura del menú con su vetusto justicialismo de “lo mío pa mí y lo demás pa repartir”, llamando a hacer examen de conciencia de nuestros pecados (que son los suyos, aunque no quieran verlo) y arrepentirnos antes del juicio final, solo para salvarnos (y dale), sin entender que para eso primero hay que estar muerto. O igual sí, que es peor.

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