sábado, 15 de julio de 2017

La hostia


Los celiacos lo tienen más fácil ir al cielo. Y no solo por el sacrificio económico que les supone el papeo, su exceso de aportación fiscal y por tanto al bien común, pues todo irá para sanidad, educación y otros servicios que disfrutamos gracias a estos (y otros) designados por Dios (y por Montoro) –por no hablar de los ricos hechos a costa de los impuestos, otro mérito más de tales contribuyentes ante san Pedro, en su día–. 
Pero también en términos espirituales netos son unos llamados, unos elegidos especialmente dotados para el sacrificio, el martirio incluso, pues por la comunión pueden escoger la vía de la inmolación intoxicándose con el cuerpo de Cristo, que para ellos, además de fuente de vida (eterna) también puede serlo de deceso y, como aquellos precristianos del circo romano, pueden entregarse al león del gluten, sabiendo que, igual que lo tragan los devorará acercándolos algo más a la gloria eterna. Aunque palos a gusto no duelen. De ahí su privilegio. 
Para refrendarlo y que nadie se llame a engaño, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha emitido la carta Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, en que se afirma que las hostias para la Eucaristía que no lleven un mínimo de gluten ni son cuerpo de Cristo ni el Dios que lo fundó –lo que implica que en el cielo no hay ni chinitos ni negritos salvados a hostias de arroz u otros–. 
Aviso pues a navegantes celestiales. Lo cual no supone una coerción o, aún peor, una excomunión coactiva anticipada, al meterles los borujos para alejarlos del reclinatorio, sino al contrario, que entreguen su salud y sean ejemplo, supongo, para los no celiacos, que a la vista de su fe, acudirán a comulgar en masa hasta con ruedas de molino. Y que el que crea de verdad se arriesgue. Que ya está bien tanta delicadeza, cuchiflitos y ñoñería. Que la gente está muy delicada y enseguida va y dice que esto no le gusta o de aquello no puede. 
Se imagina alguien que en el milagro de los panes y los peces, alguien levanta la mano entre la multitud y dice :”Oye, Jesús, ya puestos a multiplicar, ¿para mí podía ser pan sin gluten?, es que soy celiaco. Gracias.” Vamos, ni los Monty Python. O quizá sea un aviso contra esa moda radical antigluten que recorre occidente –¿para no comulgar?–, una herejía que reniega de los efectos salvíficos del cuerpo de Cristo, si no es glutenfree.

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