miércoles, 18 de julio de 2018

Crisis de fe


A veces tiro al cubo de la basura plástico, hojalatas, papel. Para que se jodan. No sé quiénes, pero ellos.
Se trata de una rebelión, una catarsis (o cagatarsis), harto de que me tomen por lo que soy, un pringado destinado a ir repartiendo mi salario de tienda en tienda, armado con bolsas (que ya se cobran de forma disuasoria), dedicado a la carga y descarga, relleno y vaciado, hecho un furriel de mi propio aprovisionamiento: un consumidor, el peor oficio que podía depararme aquel futuro que creíamos peor cual era el de la explotación del hombre por el hombre. 
Y la condición más irredenta, ya que para comer y conservar la vida, te has de explotar a ti mismo, y para liberarte de la opresión de tal patrón lo único que puedes hacer es entregarte a la inanición. Y si piensas que alguien se va a ocupar de redimirte, vas dado. El consumidor es un privilegiado, piensan. Pero en realidad es un deber, que hemos de asumir, sin derechos, pura retórica, solo por aquello de que también se es votante.
Si su haz histórico, el trabajo, surge como un castigo por una falta, su envés el consumo es en realidad la continuación de la penitencia, la segunda parte nunca buena del pecado original. Una secuela que lleva un añadido criminal como es el complejo de culpa inculcado –algo que no pasaba, ciertamente, con el trabajo, que era más bien horripilante– a partir de la ideología conservacionista (defendida idiotamente por tanto progre) de que, con nuestro paso por el planeta, lo único que hacemos es depravarlo. 
Con lo cual hemos de pagar un plus de penalización, limpiando o quitando de la vista nuestra propia mierda. Voluntariosos y contentos de ser de nuevo explotados. Todo sea por nosotros mismos. (Y un mojón, no te jode). 
Así es cómo nos hemos convertido en gilipollas recicladores de todo, sin cobrar y sin contraprestaciones. E igual que hace quince siglos nos hicimos cristianos resignados a disfrutar solo en la otra vida, creemos que tras los contenedores existe ese paraíso limpio tan soñado, para todos. Déjenme pues que al menos despotrique y blasfeme contra él de vez en cuando, y, por lo tanto, me recicle.

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