lunes, 23 de julio de 2018

La Armada Botigglione

Tengo para mí que los jovenzuelos imberbes, si beben es para olvidar que lo son.
Lo sé porque al fin y al cabo sólo hace cincuenta años que dejé de serlo. Todos queremos ser otra cosa, y cuando no se sabe el qué, el alcohol ayuda más que el médico de Michael Jackson. Sí, ya sé eso que dicen los japoneses, que con la primera copa el hombre bebe vino, con la segunda el vino bebe vino, y con la tercera, el vino bebe al hombre. 
Pero es que nuestros jóvenes ni son hombres, ni beben vino ni son enteramente japoneses. Y además, ¿ellos qué coño saben de vino? Y el alcohol, será malo, pero su buena mala fama y su prestigio son tan grandes, que cuando se le aconseja a un joven no beberlo, tal parece que lo que se persiga es que así, los adultos dispongamos de más cantidad a repartir. De ahí que los jóvenes organicen, es un decir, aunque de hecho lo hagan en frío, esas armadas Botiglione contra una ley seca por edades.
Hay quien dice que es para socializarse, aunque eso no esté tan claro. Alcohol y relaciones no van tan de la mano. De la misma manera que Humphrey Bogart era un pelmazo cuando iba cocido, hay gente que no mejora nada cuando va sobria. Otros, que la culpa es de las malas compañías ­–y a ver cómo se cumple el consejo de Voltaire de cambiar de placeres pero no de amigos, si una cosa lleva a la otra–, y otros, finalmente, que es un acto de rebeldía. Por empezar a matar al padre (ese gusanillo), más que nada, no simbólicamente sino a disgustos. Algo que ya han hecho antes de la pubertad, antes de empacharse de colodros.
Cuando un padre, que es quien está obligado a velar por el bienestar de sus hijos menores, puede ser llevado a los tribunales por ellos en el caso dado de prohibirles ir a un botellón, impidiendo así su desarrollo psicosocial, haciéndolos unos desgraciados y tal, y alguien puede pedir que le pongan una pulsera de maltratador por ello, el asunto supera claramente lo familiar.

Sin embargo, yo lo veo todo más dentro del ámbito cultural. Como los alegres veinte, el matarratas y el charleston. Y que su trato y manejo deben enseñarse en las escuelas, a ser posible en Educación para la Ciudadanía, porque a ver qué es un ciudadano abstemio, sino un desclasado, un capullo. Y si sólo bebe sodas, peor, pues en tal caso es un criptoalcohólico que lo hace porque combina bien con todo. Por eso propongo que el botellón dependa estrictamente de Cultura, sea ministerio o concejalía, que con su buen criterio sabrán decidir lo mejor en el nombre del padre. Aunque, por aquello de la mierda, Medio Ambiente también podría ser un buen mamporrero. Y así, todos de izquierdas.

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