viernes, 14 de junio de 2019

Auténticos


Sea por esa fiebre de sisón de estar todo el día evacuando algo por el Facebook, o por esa otra tontuna de vivir obsesionados con creer estar perdiéndonos algo, como si no hubiera un mañana, lo cual lleva a mirar el aparato de continuo, y que trae como consecuencia que, por ejemplo, Trump gobierne el mundo a twitazos, ni siquiera a decretazos, como otros, sea como sea, lo gilipollesco está de moda, o al menos hacer o decir gilipolleces, pues si tienen muchos likes, ya no lo son. Chúpate esa. Viva la democracia. ¡Arriba la mayoría! 
Así, hay una cantinela por ahí del buenismo más chachi y descerebrado que intoxica que es un primor tanto a nazis redomados como a jipis de cuarta generación, coincidentes una vez más, con la cual nos lastimean como cachorrillos ante el vaciado del mundo rural, la desaparición de los pueblos y la pérdida de autenticidad de la vida rupestre. 
Ese discursillo tardofalsorománticofachiprogrecagón que, con un humanismo tan sospechoso como tramposo que suele idealizar la mayor de las miserias dejadas atrás como es el asunto en sí, y hasta echarlo de menos (a veces sin haberlas sufrido, que ya tiene huevos), nos propone rehabilitar el campo como un medio perfectamente vivible, moderno e integrado en lo global pero con sus señas de identidad intactas, para devolverle o rehabilitarle sus esencias, dadas por perdidas. Algo posible pero, así, a bote pronto, un lujo de tal magnitud cuyo coste no tenemos porqué pagar entre todos, digo yo. 
El último (de la fila) en recordárnoslo por aquí ha sido Manolo García, de Férez él (o sea ni manchego ni casi castellano), premiado por la Junta no sé si por su huida de aquí hace mil años o por su regresión durante un día. 
Pero ahí estaba el tío, reivindicando algo que, como buen tópico de la nueva eufemística moderna neoprogre, tiene nombre. 
Nada menos que Identidad Local Sostenible, que, traducido al cristiano más andariego quiere decir hacer todo lo que sea menester y arrimar lo que haga falta, que suele ser gastarse un potosí que quizás sea más preciso en otro sitio y otras cosas, para que un pueblo no deje de ser nunca un pueblo. 
O sea un lugar endémicamente retrógrado, con sus atrasos, aire puro, falsa comida de la abuela, rémoras, tranquilidad mortal, reaccionario y auténtico, oh, sí, pues la identidad es lo primero, oh, sí, y si además es local, muy local, tiene el doble de valor, y sostener todo eso, sin enmendarlo, el no va más. 
Después, Manolo volvió a su Barcelona, que por cierto es otra víctima de todo ese afán de identidad paleta que la rodea. Lo malo es que los que nos gobiernan por estos andurriales aún siguen aquí, y con el discursito. Y lo que te rondaré, morena.

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