lunes, 10 de junio de 2019

Juvenalia para milicianos


Casi nadie sirve ya para asesino. Cuanto ni más un joven. Aunque todos valgamos. Como en otras cosas, el viejo apotegma de la OJE*, que si literalmente enalteciera a las chachas o a los soldados, sus creadores se lo aplicaban en plan transitivo con el sentido de servirse de alguien, que entonces era por la costa (o sea por la mera manutención), y hasta que no se ha hecho más transacional los jóvenes no se han dado por aludidos en lo de apuntarse al servicio de armas, en lo que habrá tenido que ver que éstas por lo general ya no preparan a casi nadie para matar, por temor al fracaso, siendo más bien para cobrar, que es como más moderno.
Además, resulta arduo montar una escuela de asesinos con quien sólo lleva avanzado en ese menester maltratar polillas resobando el sofá, aunque no digo yo que con el tiempo no se pudiera, por ser ésa precisamente la mejor escuela del crimen, el tiempo, que es en lo que cualquier aspirante a asesino debería tomar lección. Si no, fíjense en lo poco que fallan los viejos en sus intentos de homicidio, ya sea en la persona de otro o en propia meta.
Allí donde un meritorio del crimen se columpia, un simple veterano te mata a uña. Es la ley de la caspa. Una falta de instrucción que los jóvenes se disponen a subsanar dejando atrás esa achacosa indecisión que les impide desayunar en horario español, por no mentar el europeo, donde sólo cenarían, dándose el caso de que algunos apuntados a la cosa del ejército profesional y otras armas y cuerpos de seguridad (ay, qué risa) del estado, tuvieron en su día que echar mano de abogados para resolver previamente el entuerto de anular la objeción de la que habían hecho gala en su día, al no tener ya nada que objetar ante una nómina cualquiera.
Y es que al pensamiento civil siempre le han jugado muy malas pasadas sus ancestros paganos, en particular aquellos que luego han pasado a guardarse en frigoríficos, y no me refiero a la carnaza de las morgues, a las que ellos no piensan ir de ninguna manera, pues para eso son jóvenes y se ha inventado el ejército civil ese que tira los tejos a los descamisados de marca que no querían entrar en filas sino hacer cola a sus puertas, que es más chachi, vendiéndoselo como una maestranza –ya se sabe que el elemento civil es de armas tomar– de nuevas tecnologías con las cuales, si acaso acaban matando a alguien será tan indirectamente y a distancia que ni se enterarán. Y todo lo más, será moro, o balcánico, que no se preocupen.
Ni sus madres –las de los moros, tampoco–, que seguro que están mejor atendidos que en su casa, donde no ven más que guarrerías. Y luego, la suegra, ya que los hijos evolucionan al revés que los sindicatos, primero empiezan siendo tradeunionistas y luego acaban siendo políticos y ahora, en cuanto se cata uno, enseguida se te colocan en casa con el cuento ese de ser amigos, pues que no se dé a pensar qué harán allí, tanto hombre junto, ya que, en una palabra, si hoy día hay un cuerpo políticamente correcto, ese es el militar. O si se quiere, en dos palabras: co-recto; lo mismo da.
En cualquier caso, yo los veo por ahí corriendo como alanos para estar en forma en las pruebas de ingreso, ya que desconfían mucho de la gimnasia pasiva que han venido ejercitando desde el primer acné, y denoto en sus ojos un aire consternado. Al principio, llevado por mis fobias, creí que era por su temor a que algún sargento facineroso le fuese a meter un hostión en la cepa de la oreja a la primera de cambio, tan sólo por haber optado por letras en el Bachillerato. Pero me calmo y pienso que esos están ahora todos centrados. Hasta que veo con claridad el carácter de su preocupación: no acaban de tener seguro que la ropa militar vaya a ser de algún modisto conocido. Ni siquiera la de paseo.

OJE: Organización Juvenil Española, los Boy Scouts del Franquismo.

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