sábado, 29 de junio de 2019

Síndromes


Hay gente que alimenta sus síndromes, y otros que luchan a brazo partido por quitárselos de encima. José Tomás, por ejemplo, cada vez tiene más complejo de Virgen o, si lo prefieren más columbófilo, de Espíritu Santo. 
Antitelevisivo hasta lo walterbenjaminiano –por aquello de que la reproducción de masas mata el arte, o quizás por no querer ser un asesino en (tele)serie, de cornúpetas–, se niega tanto a la cámara como a la repetición, consciente, no de que a la inspiración divina le cuesta aparecerse urbi et orbi, sino de que él es la paloma mensajera (y no ensagero nada) del trasunto del toreo o, si cabe, el intercesor, a modo de Santísima Madre, entre el público borderline y la excelsitud sobrenatural. 
Para lo cual es imprescindible aparecerse de cuando en cuando, a una pastora, a un labriego o a un sujeto con puro, bota de vino y bocadillo. Una actitud que, aunque tenga un pase, emula la leyenda de Juan Belmonte (no mi padre, sino el otro), que decían que había que ir a verlo pronto, antes de que se lo llevase un pitón. 
Lo cual es un rejonazo a la postura a puerta gayola del maestro, pues al repetirse la historia la faena pierde muchos enteros en lo mítico, que es lo principal. 
Albert Rivera, sin embargo, lo que pretende es dejar de ser cosificado como gozne, antes de pasar a la historia como el bisagras que no fue. Algo difícil, ya que él vino con ese papel al mundanal ruido y así lo dijo. 
Y claro, el enemigo, que es mucho, le obedece y, tras renegar de aquello a lo que lo condenó la ingeniería de los que mueven esto, y salirnos maula y apuntarse a lo único que aquí está demostrado que funciona, y a lo que le han empujado, la partitocracia –todo lo hecho ha sido para eso: pactos, búsqueda de instituciones, territorio y clientelas–, lo banderillean y afean con crónicas de diario inventado, sonrisa de hiena y mala baba vengativa típicos del pringado veterano insalvable, que se consuela con el tifus general: “¿No ibas a ser tú diferente, so listo?”. 
Lo cual, como quien no quiere la cosa, le ha facilitado poder deshacerse de sus propios socialistas, consolidar su posición ya veremos si de rey sin corte,  y casi liberarse de su síndrome de bisagra. Pero esto es España, y el que quiera salir por la puerta grande, tiene que matar. Y cortar alguna que otra oreja.

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