viernes, 19 de julio de 2019

El árbol


Ayer me senté bajo un abedul. Algo absolutamente anodino si no fuese porque, primero, ya es raro encontrar un banco que no esté cagado por las aves o emporcado por esos otros pájaros al parecer con bula municipal que son los mozalbetes con la estúpida, cara e impune chulería gallinácea de posar el culo en el respaldo y los pies, o patas, en el asiento; y segundo y principal, porque es el único abedul que hay por aquí, al menos en el espacio público, lo que significa que aun chaparro y retaco y como un proyecto de árbol, ha sobrevivido a un clima odiosamente seco, a veranos terribles que los geógrafos califican de templados y a gente sin civilizar que valoran un árbol poco más que un envoltorio de chicle. 
Pero es lo que hay. Y un héroe entre tanto adoquín no deja de ser resaltable. Su sombra, a pesar de sus más de treinta años, es tan exigua que a las diez tienes que traicionarlo por otro más granado, siendo entonces cuando aprecias sus quemazones, sus heridas esteparias, su sed. 
Y es que está, aunque a la vista, como aparte, a trasmano del paso de viandantes y sobre todo, creo yo, de la atención de la brigada anticlorofila, nunca bien ponderada, que es dónde está la clave, en mi opinión, de su supervivencia. 
Porque medrar entre cortacéspedes esquilahuevos y limpiezas sopladoras de polvo y residuos de aquí para allá, tareas que parecen extremarse en presencia de público o cerca de los kioscos de prensa, además de ese empeño por hacer crecer la yerba en el pavimento a base de inundarla todo lo posible, aunque lo que se pretenda, con el riego automático, sea regar el verde, y algunas veces hasta se consigue, y por otra parte tan en la línea de esa vocación municipal tan nuestra de desperdiciar más agua cuanto más hace falta. 
Al burlar todo eso, por azar mayormente, y gracias también a la desprofesionalización de casi todo, el árbol ha conseguido ser autónomo de todas esas amenazas. Y ahí está, terco, maltrecho, como todos, pero vivo. Esperemos que sigan la dejadez y la rutina y no sea descubierto, pues sin duda querrían volcarse en él y potenciarlo como a todos nosotros. Y eso sería fatal.   


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