viernes, 15 de mayo de 2020

Crónicas del gulag: De saldo


Como buen superviviente y primitivo, me apego al extravío de la premonición como guía. Y lo de Little Richard me ha sido todo un augurio, no del futuro, hollado por los jinetes del Apocalipsis, que también, sino como aviso del final como ley. 
Si bien el rock, del que era el último baluarte vivo, ha tiempo que murió, a veces hace falta un cadáver como recordatorio de que vivimos en mundos que ya no existen. Así la democracia, la sociedad del bienestar, el mundo libre, el consumismo, el trabajo. 
Todo eso, que era nuestro gran espejismo, sencillamente se desvanece. Y, perdón por el emperramiento, pero es que los periodistas, más que insistentes, como buena canalla, solemos ser básicamente reincidentes, y, tú vas por la calle, y jamás viste un país más demodé y menos cool que esta primavera anticipo de la nueva normalidad. ¿Pero es que no ven desde los observatorios monclovitas que hemos salido a andar como manadas harapientas con ropa que no es de temporada? 
Cuánta desidia. Las pasarelas estarán de luto al ver al ejército de estragados ciudadanos desfilar desperdigados y errabundos. Y es que, equipados con restos, vamos a peor en la desescalada, ni para escalar una tapia para robar gallinas. Y las tiendas, locas por deshacerse de las prendas pasadas en los mismos maniquís del escaparate. Qué sinrazón. Que desarrape. 
Y sin embargo, qué razón llevaba –y lleva, porque ahí están sus libros- el gran estudioso de esta (puta) civilización, Norbert Elias, jamás puesto de moda por no ser ni marxista ni liberal, o por advertir precisamente a tanto sordo que el progreso, la gran ilusión, es solo una falacia, un invento de la Ilustración -aquí despotismo ilustrado, del que Sánchez es tan poco fino heredero-.
El progreso, como el sucedáneo laico de la fe, máquina de vida hasta entonces, puesto en marcha con el desarrollismo capitalista para convertir a todo el mundo en dientes de engranaje, y sin duda la mayor trampa llegada hasta aquí de esa manera, ya que, como la historia demuestra, se retrocede tanto como se avanza, se tiraniza más que se convenia y se vence más que se convence. 
O todo era mentira. Y ahora, una vez al descubierto, en nuestra candidez, estamos de saldo. Tenemos pues, ante nosotros, una mala compra: la de nosotros mismos. Y, parece un sensintido, pero quizá sea la única posible para enfrentar el porvenir, que no progreso.

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