jueves, 14 de mayo de 2020

Crónicas del gulag

El supremacismo es que no para ni encerrado. Y es que posee una logística envidiable de medios y apoyos. El mismo lunes, cuando el País Vasco entró en la fase 1 del desconinafiento, una serie de bandarras se pasaron tres pueblos en las tabernas, hasta el punto de provocar su cierre (y dar argumentos a Sánchez para que siga haciendo el déspota). 
Bien. Ayer, en España Directo, la presentadora, argumentando que ella "es del norte", prácticamente justificaba el hecho con que esas cosas, allí, son algo "cultural", que "lo llevan en la sangre", dando a entender que es más que discutible censurarlas. Algo que no sucede, porque no es lo mismo, claro, si, por ejemplo, en Madrid, y previo a la Semana Santa, se aglomera el personal ante el Cristo de Medinaceli con la intención (consumada en muchos casos) de besar los pies de la peana, algo que es calificado de cateto, como una excentricidad supersticiosa innecesaria. 
Por no mentar los calificativos y opiniones negativos, de primitivismo cejijunto y atavismo antihigiénico del salto de la verja y apiñamiento sublevacional que se practica comunmente -no este año, por cierto- en el Rocío, metástasis patria del enciclopédico atraso ibérico, según muchos. Y cultura, según otros, pues, como se ve, este es un concepto que, tratándose de España y sus regiones, va por barrios, como el desarrollo social y económico, tan dispar y tan promovido y potenciado y perpetuado, también desde los igualitaristas de ahora, con tal de que otros supremacistas, los del norte en este caso, les apoyen para seguir siéndolo, ellos también, en la Moncloa. Y es que el supremacismo unido jamás será vencido. Y el resto es tercermundismo.

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